Al aviso de “ajústense los cinturones, vamos a aterrizar” acudimos a la
cita en San Miguel del Pino para ultimar preparativos y dejar todo casi atado.
Nos aproximamos siguiendo arriba al padre Duero y, tras saludar a Julio,
que lo rige, entramos en el templo. Casi a ciegas, poco a poco vamos descubriendo las formas, los colores, incluso las
texturas de cuanto lo adorna y compone.
Enseguida nos hacemos a la idea que ya habíamos iniciado. Y terminamos
de completarla.
Y mientras hablamos, porfiamos y concordamos, –aprovechando que ya
tenemos iluminado el recinto– tiro de máquina a detalles que aún me faltaban en
la colección.
La última, para comprobar que desde un rincón, con ángulo casi
imposible, hay suficiente para ver todo lo que hay que ver.
El sábado es el día. San Miguel del Pino, el lugar en que nos citan. Haremos los honores
si Águeda y Carlos persisten en recibir su bautismo nupcial (Efesios 5, 26-27).
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