Corazón de Jesús. Altar mayor del Santuario de la Gran Promesa. Valladolid |
…antes de que Junio se nos vaya de rositas. Y lo pongo con mayúscula.
Este mes, tradicionalmente “consagrado” al Corazón de Jesús, solía ser cálido y
húmedo, lo mejor de todo el año climatológico. No lo ha sido esta vez. Tampoco
en lo demás: política, social y económicamente hablando.
Y hay una realidad que se ha agravado de manera escandalosa en toda la
ribera del Mediterráneo: la migración. Por un lado se nos van los jóvenes,
emigran buscando futuro. Por el otro se nos vienen de África y se Asia, –los de
América ya están de vuelta–, inmigran gentes hambrientas, huyendo de su
presente y ansiando poder siquiera comer. ¿Tendrán futuro aquí?
Depende de nosotros, más que de ellos. De cómo los acojamos, de qué
espacio les permitamos, de cuáles cosas prescindamos habida cuenta de que ya
nuestro bolsillo está bastante escuchimizado. En suma, depende de nuestro corazón.
Y hablando de vísceras, esta reflexión puede venir bien para rematar la
faena, aunque podría ponérsele algún añadido para redondearla un poco más. La
dejo tal cual, ya que tiene firma.
(Martín Gelabert Ballester, OP)
A muchos de
nuestros contemporáneos no acaban de gustarles las representaciones que
muestran a Jesús con el corazón traspasado y, a menudo, rodeado con una corona
de espinas (pongan en google:
“sagrado corazón de Jesús”, pinchen en “imágenes” y verán lo que encuentran).
Si queremos actualizar esta devoción y encontrarle un sentido que responda a
los anhelos de muchas personas de hoy, es necesario dejar de concentrar nuestra
mirada en el corazón físico de Jesús (“yo no tengo devoción a una víscera”, me
dijeron una vez en el confesionario), y recuperar el sentido bíblico y amplio
del corazón como centro de nuestra afectividad y de nuestras decisiones más
íntimas. En este sentido, el corazón de Jesús sería un buen símbolo de la
misericordia de Dios que se expresa en todas las palabras y hechos de Jesús.
Walter Kasper ha tenido el acierto de señalar dos pasajes
del evangelio de Juan que pueden ayudarnos a dar un sentido más actual a esta
devoción. El primero, el texto de Jn 13,23, que muestra al discípulo amado
descansando sobre el pecho o el corazón de Jesús. Esta representación, dice
Kasper, puede ilustrar que en medio de la inquietud y del ajetreo del mundo,
existe un lugar en el que podemos descansar y encontrar la paz interior. Todos
necesitamos un buen amigo que nos apoye en los momentos difíciles, un amigo en
el que poder confiar. Los creyentes sabemos que Jesús es este buen amigo que
nunca falla (cf. Jn 15,15: a vosotros os he llamado amigos).
El otro texto que cita Kasper es el del escéptico Tomás que
cree cuando introduce su dedo en la herida, pascualmente transfigurada, del
costado de Jesús (Jn 20,24-29). Este encuentro puede ser importante para
aquellos que se hacen preguntas y viven con un corazón inquieto, atormentados
por las dudas. En cierto modo, todos somos como Tomás: no queremos creer fiados
solo en la palabra de los demás, necesitamos una experiencia de encuentro
personal con Cristo.
A propósito de este segundo texto (Tomás puso su dedo en el
costado de Jesús), me surge la pregunta de cómo se compagina con este otro de
Jn 20,17, en el que, cuando María Magdalena quiere abrazar a Jesús resucitado,
éste le dice: no me toques. A Jesús resucitado no se le puede tocar
materialmente. Una pista para entender los dos textos juntos, la ofrece Blas
Pascal cuando dice: tras su resurrección, Jesús solo permite que se toquen sus
heridas. La cuestión entonces es: ¿dónde están hoy las heridas de Jesús? O
dicho de otra manera: ¿dónde pone hoy Jesús su corazón? Jesús pone su corazón
en sus heridas que permanecen en este mundo: los pobres, los hambrientos, los
malqueridos sociales. Ahí es dónde debemos poner la mano si queremos encontrar
el corazón de Jesús.
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