Mientras
veía las imágenes y escuchaba a la locutora, mi mente viajaba seiscientos
kilómetros al sur para contemplar como en sueños aquel lugar en medio de los
arenales. La masa humana que veían mis ojos, y la imagen de la Virgen del Rocío
zarandeada sobre miles de cabezas, se parecía de lejos a esta otra estampa,
ocurrida bien cerca de mi casa, al otro lado de la ciudad, en la pradera del
Carmen, junto al barrio de San Pedro Regalado.
Una y
otra, el asalto de El Rocío y la romería del Carmen, similares a otras muchas
tomadas en lo ancho y alto del mapa español, están hablándome de cosas que ni
entiendo ni consiguen acercarse a mi sensibilidad. En multitud de lugares
patrios, el lunes después de Pentecostés, se celebran verbenas, procesiones y
eventos similares en honor de la Virgen o de los Santos. Tradiciones nacidas en
algún momento de la historia más profunda que siguen vivas, y que no consigo
hilvanar con lo central de lo que creo es esta pascua que completa y rubrica la
Pascua.
Sólo me
queda observar y callar. Antes de hacerlo, sin embargo, quiero dejar resaltadas
las diferencias de estilo que separan al festejo andaluz del castellano.
Como digo,
sobran comentarios.
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