El día después



Generalmente con resaca. Que no necesariamente tiene que ser por fuerza de las que necesitan bolsa de hielo en la cabeza, infusión suave a base de menta poleo y silencio absoluto en todo el perímetro vital.
Bien habría venido la bolsa de hielo, porque el calor ha llegado a agobiar. Aún así, he llevado calcetines durante todo el día porque desde esta mañana no he tenido ni tiempo de descalzarme. Y justo al amanecer, refrescaba.
Tampoco ha hecho falta mandar callar. Ha sido un día de pocas palabras. Entre el televisor, con la parada regia desde Madrid, y el resultado de la roja, nadie ha querido decir nada, salvo el saludo obligado al cruzarnos en la calle.
En cuanto a las infusiones, no creo en ellas. Ocurrió una noche de hace mucho tiempo. Cenaba con unos amigos, él inglés de pura cepa, ella por matrimonio. Café o té, dijeron preguntando. Café, que el té es puro agua, creo que llegué a decir. La anfitriona me acercó una taza oscura. Bebí, volví a beber… Esto no es café, pero está bueno, dije. Es té, me respondió. Aquella noche no pegué ojo. Y la siguiente malamente atrapé al sueño. Mi madre qué brebaje me arrearon. Desde entonces, aunque reconozco que el café no es la infusión más fuerte, no quiero nada con ellas.
Este día después de nuestra despedida del mundial de fútbol y de la coronación sin corona del rey, es también el momento de eclosión de esta flor que ayer sólo era un capullito. Coloqué esta clivia el domingo sobre la pila bautismal. Tal vez pueda entenderse como un signo, me dije. Apenas asomaba algo blanquecino por entre las hojas verdes. Si será el calor, si habrá sido por estar sobre el agua de los bautizos, si la luz que le llega cenitalmente le haya acelerado el proceso, lo cierto es que hoy se ha abierto la primera. Las siguientes irán llegando, paciencia.
De todos es conocido que el mar viene y va. Hay resaca, avisan amigablemente según te vas hacia él. Tranquilos, respondes, no pienso meterme. Hace cosquillas en la planta del pie la arena según pisas sin encontrar apoyo firme. Un poco hundido intentas otro paso y te vuelve a ocurrir. El tercero ya ni lo inicias. Prefieres quedarte quieto, y a duras penas lo consigues mientras el mar te socava los fundamentos con insistencia. Está claro que él puede más que tú. Lo sabes de antes. Ahora lo compruebas una vez más, y eso que aparenta calma. ¡Qué será una galerna del Cantábrico!
La roja ha caído eliminada más por incapacidad e impotencia que por los contrarios. El rey ha sido coronado, también por la fuerza del destino, sin negarle los méritos que le adornen. Sigue habiendo gente republicana, aunque se les haya negado el derecho a extender sus enseñas. Y las cosas siguen funcionando como si nada fuera capaz de impedirlo.
No obstante, y por si acaso, acabo de recibir desde vicaría la indicación de que el domingo hagamos una oración por el rey.
Así se hará.

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