Pero ¿no te habían
puesto compañía? Es
Tomás, mi profe de primaria, que esta tarde vino a verme. Es curioso cómo en la
infancia parecíamos tan distantes en edad, dignidad y gobierno, y cómo ahora en
la ancianidad parecemos tan cercanos. Va a ser cierto que al final los ríos se
aproximan, no importan dónde nazcan.
Tomás de cuerpo entero. Ángel, tapado por una mano inoportuna. Año 2008 |
Traía el programa de
actos para el 50º aniversario de mi promoción colegial. Y lo dejó. También
venía con la lista de los pueblos de España. Aquella rimada que nos aprendímos
de memoria y que aún recitamos en trío él, Ángel y yo:
Úbeda, Martos, JAÉN, LEÓN, Murias, Ponferrada, VALLADOLID, Peñafiel,
Baeza, Cazorla, Andújar, Sahagún,
Astorga, Mansilla, Valoria, Olmedo, Medina,
Huelma, Linares, Bailén, Valencia, Bañeza
y Riaño, Rioseco, Nava del Rey,
La Carolina y
Porcuna.
Villafranca y La
Vecilla. Villalón
y Tordesillas.
Fue una visita
interesada. Se llevaron mi Astete y el cancionero. ¡Con vuelta, eh! Quieren hacer una muestra de nuestras cosas de entonces, libros, plumieres, carteras, en fin, lo que usábamos y ahora son reliquias…
Coincidimos
precisamente hoy, que hacíamos honor a Camino. Arropados por la elección de
Matías, –“Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once
apóstoles” (Hech 1, 26)–, asumimos que nos toca tomar el testigo y mantenerlo,
a pesar de encontrarnos del otro lado de la raya. Ángel decide continuar, a mí
no me queda otra y Tomás sigue siendo necesario.
Camino, tú ya estás
jubilosamente jubilada. Pero no consigo imaginarte mano sobre mano. Algo andarás
maquinando.
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
-la tarde cayendo está-.
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada.
Antonio Machado. Yo voy
soñando caminos
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