Si ya ni me enfado



Como cada año, por estas fechas, he empezado a recolectar los ramos para el domingo que viene. Un poco de aquí, otro poco de allí, una brazada de acullá, y el resto de lo que traen de sus huertos y jardines. Al final, sale un montonarro que da para este lugar y para otros diez o doce que lo necesitaran. Cuando cada quien coge lo que le parece, sobra más de la mitad, y es lo que uso para hacer la hoguera de la pascua.
Ocurre que llego a identificar cada ramito con nombre y apellidos, porque, siendo todo de la misma especie arbórea, laurel por supuesto, su olor es diferente porque cada vecino/a lo cuida a su estilo y manera. Y hay una parte que huele a puro cielo y otras que ni saben ni contestan.
Como cada año, a pesar de que me hago siempre la misma reflexión –este año corto por lo sano, me digo– sacudo mi pereza y procedo a la recolección. Porque es verdad que usamos los ramos para entrar a celebrar la Eucaristía representando la procesión de la borriquilla, pero al mismo tiempo cada individualidad hace acopio de hojas de laurel con fines reafirmantes, culinarios o santeros para todo el año. Hay peques que se agarran a un árbol más grande que ellos que luego olvidan en el interior entre los bancos, y señoras que ajuntan en su puño diez o doce ramitas de las más frondosas en hojas grandes y suculentas para echar en el puchero. Los jóvenes por su parte, para no cargarse demasiado escogen las más diminutas e insignificantes. Y hay, por supuesto, quien lo acarrea para proteger cada rincón de su casa, porque al fin y al cabo están bendecidos, y algo harán.
Intento hacerme oír cuando digo “los bendecidos somos quienes agarramos los palos verdes para cantar Gloria al hijo de David, Sol inmenso de bondad. Y oír sí, pero escuchar… No  te esfuerces, miguelangel, que te hemos entendido; ahora compréndenos tú a nosotros. Y así se va pasando la vida, y nos acercamos otra vez a celebrar el domingo de ramos de esta nueva pascua.
Vamos envejeciendo, pero nuestro corazón permanece joven, impertérritamente, contra viento y marea. Es cierto que entramos en vacaciones, con no sé cuántos millones de desplazamientos hacia la costa, pero aquí no se cumple la amenaza de que esto va a menos. Pasado mañana volveremos a ocupar la calle durante unos minutos, hay que procesionar con los ramos. Somos un ejército, –de paz por supuesto–, que no está dispuesto a dejar de repetir jubiloso el grito aquel de ¡Hosanna al Rey que viene en el nombre del Señor!

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