Tal y como acordamos,
aquí estuvieron las dos, la joven y la anciana. Venían a por nuestra limosna,
pero, como ya habíamos preparado, la monjita nos expuso los motivos de su
marcha. Sencillamente la falta de vocaciones. Ni el trabajo, ni el dinero, ni
el enorme edificio que han de mantener porque está a reventar de señoras y
señores residentes. Únicamente no quieren ser empresarias con un tropel de
personal asalariado, cobrando subvenciones o a costa de pensiones sustanciosas.
Ellas no pueden, pues a los cuarteles de invierno. Y se repliegan para mantener
lo mantenible.
Como a modo de canto
del cisne, estas entregadas y piadosas personas, nos han ofrecido su mejor
testimonio, tras ciento treinta y tres años en Valladolid. No se reciclan, se
condensan. No cambian, se mantienen. No se evaden, cargan con todo lo que
quede. Y, como los lirios del campo y las avecillas del cielo, persisten en
seguir confiando en la providencia.
Y al decirlo, ni
resultaba cursi, ni sonaba a excusa. Era pura decisión, fe firme, convicción
humildemente evangélica.
Me disgusta que se
tengan que marchar. Este es uno de los motivos.
El otro, por el que
realmente estoy cabreado, no lo puedo escribir. Si alguien lee el pensamiento…
está acertando.
Sí, a veces me
gustaría pegarle un puñetazo a la vida.
Quizá no lo digas con palabras pero tus imágenes hablan por si solas.
ResponderEliminarTe comprendo. Hay algunas veces que...
Muchos besos y un gran abrazo.
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