Y duelen. Al menos a
mí. Supongo que a él también.
Mi madre era muy
propensa a los hematomas. Se daba un golpecito de nada con cualquier mueble,
por ejemplo, con la cama al hacerla, y tenía ya lo morado en las piernas o en
los brazos para tiempo.
Parece que es cosa
del sistema vascular; las venitas son muy frágiles y se rompen fácilmente.
También hay quien dice que no es eso, que es que están demasiado superficiales,
desprotegidas, y por eso se lesionan con frecuencia.
Yo no sé cuál será la
razón. Pero me descubro de vez en cuando con una de esas manchas en cualquier parte
de mi cuerpo, y si me toco ahí, me duele.
Otras veces no; quiero decir que son producto de una buena costalada. Pues anda que no me las he dado buenas yendo en bici. O andando, como el otro día que Gumi me enreató con la cuerda y di de narices contra el suelo. Rompí el pantalón y magullé la rodilla.
Supongo que a
Francisco, papa, le ocurrirá lo mismo. Seguro que se aguanta o lo disimula,
pero veo que ya tiene unos
cuantos. Lo malo es que tienen nombre y apellidos, y patas, quiero decir
piernas; o sea que se mueven, están vivitos y coleando. Y también boca, o sea
por donde “echan”.
Vamos a
identificarlos y enumerarlos:
1º Cardenal en breve
Fernando Sebastián Aguilar, que se acredita además como cronista rosa y médico
entendido en problemas de salud al afirmar:
«Todas las mujeres
que quieren abortar lo que buscan es quitarse del medio a sus hijos para
disfrutar de la vida».
La homosexualidad es «una
manera deficiente de manifestar la sexualidad». «Yo tengo hipertensión, ¿me voy
a enfadar porque me lo digan? (…) Muchos casos de homosexualidad se pueden recuperar y
normalizar con un tratamiento adecuado. No es ofensa, es estima. Cuando una
persona tiene un defecto, el buen amigo es el que se lo dice».
Por cierto, habla y
escribe en español. Se le entiende todo; otra cosa diferente es que uno alucine
escuchándole o leyéndolo.
2º
Cardenal Juan Luis Cipriani,
peruano, se defiende también en su idioma pero habla castellano. Tiene para
varios gustos. Desde llamar “sinvergüenza” al árbitro del partido Perú-Uruguay,
hasta “herejes” a los teólogos Gustavo Gutiérrez y Teresa Forcades, pasando por
tildar de “ingenuo” al prefecto de la congregación de la defensa de la fe, y de
paso al propio papa Francisco.
3º Cardenal Herhard Ludwig Müller, alemán, aunque se defiende en castellano. De él
son estas palabras:
En la Iglesia «el poder jurisdiccional está en
las manos de los ministros ordenados». Por lo cual la mujer no puede
presidir Congregaciones, aunque sí dirigir Pontificios Consejos.
4º Cardenal Nicolás
de Jesús López Rodríguez, dominicano. También hispanoparlante. Este señor ha
dicho muchas cosas, que no considero reproducirlas en mi blog. Pero estas que
pongo a continuación, dichas en medio de una celebración eucarística, son de
especial significación:
«Tengo dentro una
profunda laguna, fui educado por los jesuitas, quise y quiero a los jesuitas,
pero con este sinvergüenza no me interesa nada. Que se ha dedicado, con unos
grupos izquierdistas, a hacer lo que a él le da la gana. ¡A mí hay que
respetarme en este país, aunque ese señor se crea que es el supremo pontífice!
Yo estoy muy incómodo, molesto. No acepto que un sacerdote ande diciendo
tonterías públicamente. Aquí está el superior de los jesuitas, dígale: ‘cállese
y punto'. ¿Quién es usted para andar hablando tonterías?» Todo esto refiriéndose a un cura
jesuita, Mario Serrano, que dirige el centro Bonó en defensa de los
descendientes de los antiguos inmigrantes haitianos en Santo Domingo que, por
sentencia del tribunal supremo dominicano acaban de ser declarados “personas
extranjeras en tránsito”, no importa que hayan nacido y crecido en aquel país
desde hace más de ochenta y cinco años.
5º Cardenal no, simple obispo, Juan
Antonio Martínez Camino, español. Habla mi idioma, pero qué poco le comprendo.
Acaba de decir en Valencia:
Una mujer que ha
sido violada tampoco debe poder abortar porque «ser objeto de una injusticia no
justifica cometer otra».
Es verdad que los
cardenales se curan ellos solitos, aunque duelan mientras tanto. Estos cuatro
señores dejarán algún día de doler, pero curarse… ese es otro cantar.
Dado que no hay
tratamiento ni curativo ni paliativo, no merece la pena discutir razonando ni
porfiar insultando. Sólo aguantarse.
Como me aguanto el cardenal que mantengo en el alma desde hace exactamente un año. Moli se me fue. Y no tengo consuelo.
Quisiera ser poeta, y escribir versos esta noche; porque me lo pide el cuerpo, porque mis tripas me lo exigen. Pero no sé hacerlo. Pido las palabras, mejor dicho, las robo, de uno que es maestro en estas cosas, y aunque él miraba a "Sirio", yo las repito mirándote a ti, Moli.
A MI PERRO
Oh, sí, lo sé, buen Sirio, cuando me miras con tus
grandes ojos profundos.
Yo bajo a donde tú estás, o asciendo a donde tú estás
y en tu reino me mezclo contigo, buen Sirio, buen
perro mío, y me salvo contigo.
Aquí en tu reino de serenidad y silencio, donde la voz
humana nunca se oye,
converso en el oscurecer y entro profundamente en tu
mediodía.
Tú me has conducido a tu habitación, donde existe el
tiempo que nunca se pone.
Un presente continuo preside nuestro diálogo, en el
que el hablar es el tuyo tan sólo.
Yo callo y mudo te contemplo, y me yergo y te miro.
Oh, cuán profundos ojos conocedores.
Pero no puedo decirte nada, aunque tú me comprendes...
Oh, yo te escucho.
Allí oigo tu ronco decir y saber desde el mismo centro
infinito de tu presente.
Tus largas orejas suavísimas, tu cuerpo de soberanía y
de fuerza,
tu ruda pezuña peluda que toca la materia del mundo,
el arco de tu aparición y esos hondos ojos apaciguados
donde la Creación jamás irrumpió con una sorpresa.
Allí, en tu cueva, en tu averno donde todo es cénit,
te entendí, aunque no pude hablarte.
Todo era fiesta en mi corazón, que saltaba en tu
derredor, mientras tú eras tu mirar entendiéndome.
Desde mi sucederse y mi consumirse te veo, un instante
parado a tu vera,
pretendiendo quedarme y reconocerme.
Pero yo pasé, transcurrí y tú, oh gran perro mío,
persistes.
Residido en tu luz, inmóvil en tu seguridad, no
pudiste más que entenderme.
Y yo salí de tu cueva y descendí a mi alvéolo viajador
y, al volver la cabeza, en la linde
vi, no sé, algo como unos ojos misericordes.
Aleixandre, Vicente. "Retratos con nombre", en Poesía y prosa. Edición de Leopoldo de Luis. Madrid: Bruguera, 1985, p. 321.
Los cardenales que citas se curan cuando al mentarlos gente que pretende convencerte para que "escapes" de la Iglesia puedes contarle que ellos son sólo una parte, y que en esa Iglesia también hay gente de a pie, y religios@s, y curas que caminan en dirección contraria. Y por poner un ejemplo hablas de este blog, y de ti, y de entradas como esta, y vuelves a sentir que con gente como tu, entre otros, merece la pena ser parte de esa Iglesia, aunque también les cobije a ellos.
ResponderEliminarQuerido amigo...
ResponderEliminarLas heridas( no hematomas) del corazón solo se curan con Amor, es la única medicina, no hay otra. Sabiendo que el doliente nunca vuelve al estado anterior al dolor, porque la experiencia deja una profunda impronta, que no necesariamente tiene que representar mas dolor, sino y al contrario, deja un "regalo", aprender a vivir con el recuerdo de Moli y su Amor, de Ignacio y el suyo. Siempre nos acompañarán, estemos dónde y cómo estemos, están ahí, están aquí en este instante, formando parte de nuestra realidad mas profunda.
Los cardenales del cuerpo se curan bien con aceite de hipericum ( hierba de San Juan). Yo la preparo con el aceite de casa y una novena de 40 días a la serena, después la filtro y la guardo para utilizarla en caso de picaduras, golpes, etc. Si hay una herida abierta no se puede utilizar.
Los "otros cardenales", no tienen solución. O quizá si la tengan pero no me interesan.
No se que han entendido de la Misericordia de Jesús.
Coincido con Carmen, nadie les excluye, también están en nuestras oraciones.
Sabes que te quiero. Hoy un abrazo assssssssssssi de grande
Y además te mando un abrazo fuerte por este aniversario triste... se me escapó el mensaje antes de acabarlo.
ResponderEliminarVerás Carmen, los cardenales no son cuerpos extraños, sino la propia carne dolorida. Quién sabe cómo, por ejemplo Cipriani, de ser un jugador de la seleccional peruana de baloncesto, terminó vía opus dei en cardenal, para desgracia de aquella comunidad. Y Fernando Sebastián, progre entre los progres del posconcilio, ahora es un jubilado reticente.
ResponderEliminarAsumirlos como propios entra también dentro del jornal. No es fácil, pero hay que intentarlo. ¿No te parece?
Te agradezco todo lo demás que dices.
Laura, ya me parecía a mí que hablando de hematomas me estaba metiendo en un jardín. Pero para eso estás tú, e indicarme la salida de este laberinto.
Pues que sepas que una vez escuché a un médico decir que el corazón también puede sufrir hematomas.
Por lo demás, todo absolutamente todo tiene solución en esta vida. Claro que no siempre resulta ser la que esperamos. Esa es la cuestión, que diría Sherlock Holmes.
Ha sido tan fuerte tu abrazo que Gumi acaba de levantar la cabeza y mirarme como diciendo ¿chico, qué ha sido eso?
Besos suaves, que la gente duerme.
En mi caso, asumirlos está de más. Son completamente ajenos a mí, a lo que creo y a lo que pienso...
ResponderEliminarLo comprendo.
ResponderEliminarPara mí, como ya habrás podido comprobar, en la asunción no hay discusión. No sé qué parte importante sean, pero pertenecen al cuerpo.
Gracias por tu visita y tu expresión.