Estimados señores:
Ya perdonarán que me
haya descuidado con la carta, pero supongo que aún así ustedes la atenderán
como lo han hecho todas las veces a lo largo de mi vida. Si la he dejado para
tan tarde no es por no saber qué pedirles sino por cómo dirigirme a ustedes
para que no me malinterpreten.
Si mi información es
correcta, ustedes ya deben saber qué desea por lo menos la mitad del planeta, y
mañana terminarán por enterarse respecto de la otra mitad. Así que ya me los
imagino haciendo cálculos sobre cómo desplazarse hasta aquí con tan enorme
cargamento. No se preocupen por mí, no creo que deban modificar su plan de
desplazamiento y reparto a la vista de lo que voy a expresarles.
El mundo está lleno
de cosas. Muchas, bonitas y baratas unas/caras otras. De las cosas que no
cuestan no les digo, porque supongo que sobre ellas tampoco nadie les pedirá
nada. Me refiero a los amaneceres y a los atardeceres, a las flores del campo y
a la nieve del invierno, a la brisa marina y a la arena de las playas, a los
campos verdes y a las montañas peladas, a los paseos relajados y a las risas
compartidas, a los besos y a los abrazos. En fin, esas cosillas que cuando las
tenemos casi no las apreciamos, y cuando nos faltan las echamos tanto de menos.
Pero no se cotizan en los mercados del dinero. Tampoco dan prestancia social.
Las casas también
están repletas de cosas que se venden y se compran. La mayoría no son ni
útiles, menos aún necesarias; sin embargo, las atesoramos y con ellas llenamos
armarios y trasteros cuando otras nuevas necesitan el espacio que ocupan. Lo sé
muy bien, porque en dos días hemos llenado con una parte de ellas la nave
parroquial. Claro que en apenas unas horas la vaciamos por completo. Vuelve a
estar disponible para recibir lo que venga, lo que traigan, lo que estorbe…
Perdón, también lo que muchas personas quieran compartir con los que menos o
nada tienen.
Quería ser breve y no
lo estoy consiguiendo. Bien, voy a intentar ser conciso. Miren ustedes, este
mundo no necesita más cosas. La gente, tampoco. En la mayoría de las casas no
cabría un alfiler siquiera. A lo más, si estuviera dentro de su misión, me
permito indicarles que hicieran una redistribución de objetos. De tal manera en
unas habría algo, o algo más, y en otras algo menos.
Pero dejo eso a su
criterio. El motivo de mi carta es esto otro: si al mundo, –mejor, a la gente
que lo habita–, que está al alcance de mi conocimiento le falta algo es
ilusión. ¿Considerarían ustedes oportuno que les encargase este humilde mortal
cuarto y mitad de esa cosa? Me parece una cantidad suficiente y nada abusiva.
El personal de su comitiva no tendrían mayor dificultad en hacérsela llegar a
todas las almas que habitan en los cuerpos de los actuales habitantes del
planeta. Como procedimiento, se me ocurre así al pronto diluirla en algún
líquido ligero y pulverizarla en la atmósfera para que impregne incluso a los
seres inanimados. Pero como no soy especialmente en nada, tampoco en la
administración y reparto, mejor será que sean ustedes quienes decidan cómo
hacerlo. Eso, claro, si consideran y tienen en cuenta mi pedido.
Faltaría ahora
razonarlo. Pero me temo que no sabría. Mejor dicho, sí hay una forma de
explicárselo. Para ustedes no ofrece ninguna dificultad, habida cuenta de que
el tiempo y el espacio no cuentan. Sitúense en el día 3 pasado en el interior
de la nave almacén de mi parroquia, entre las dos y media y las siete y media
de la tarde. Sólo eso. Observen y estoy seguro de que no necesitarán mis
explicaciones.
Con todo y con eso,
una indicación más. Exactamente a las cinco menos diez, –en la calle llovía a
mares y hacía mucho frío–, una mamá, que había entrado en la sacristía para
cambiar a su bebé, salía en ese momento arropada en una parka seminueva que
tenía yo secándose junto al radiador –se había mojado porque la usé para sacar
a mear a Gumi y Berto– y abrazando con su otro brazo libre un osito de peluche.
Fíjense en su cara, fíjense bien. ¿Lo entienden ahora?
Gracias por
atenderme, sea cual sea su decisión.
Pues yo me sumo a tu petición y si me das permiso (que estoy un poco vaga), copio tu carta, si reciben dos a lo mejor hacemos mas fuerza, ¡ah se me olvidaba!, añado lo que el padre Ángel ha pedido a Baltasar, qué quiten las cuchillas de la franja, que hacen mucha pupa.
ResponderEliminarEsperemos que tengan a bien, atender nuestras peticiones. Gracias
Un abrazo.
¿Debería haber escrito complacencia en lugar de ilusión?
ResponderEliminarAunque lo diga el Diccionario, a mí me sale mejor la segunda que la primera.
¡Qué ilusión! grito cuando entro en trance de disfrutar de cualquier cosa.
Complacerme tampoco es que esté mal, pero suena a solitario, aislado, al margen de cualquier cosa…
En fin, para gustos, los colores.
La redistribución de cosas necesarias y la ilusión son dos peticiones magníficas. También me uno a ese lado de la cuerda para tirar con fuerza.
ResponderEliminarQue la fuerza nos acompañe.
Besos
Y si quepo y me lo permitiis junto con Laura y Julia me sumo a esta petición. Las cosas que tú has citado, a mi son las que me interesan mucho. Estoy en pleno campo, lejos de la ciudad. Acabo de dar un paseo abrigada como un oso, con dos bastones y botas de caminar y al llegar a casa me espera una cervecita fria y unos berberechos. ¡Qué dia de invierno tan bonito! ¡Qué privilegio de la vida!, nunca quisiera dejar de apreciar estas cosas, ni que me falten, que aunque con dificultad camino y es un gusto.
ResponderEliminarCierto, la ilusión a raudales que la traigan los Magos, que es el motor de vivir y un buen objetivo. ¡ojalá que a nadie le falte lo más imprescindible!
Besos