Probé una vez empezar diciembre con
un cuento, y me gustó la experiencia. Vuelvo a repetir la hazaña, incluidos el
autor y el libro: Carlos G. Vallés, “Salió el sembrador”, editorial Sal Terrae 1992.
Esta vez el asunto va
de aprovechar el momento, el famoso “carpe diem”, de si lo hacemos bien o lo
fastidiamos. ¿Dónde estará el dichoso punto g, es decir, el busilis de la
cuestión?
Acertar con él es tan
importante como ganar o perder… todo, hasta la vida.
CINCO ALPINISTAS
Un grupo de cinco
montañeros amigos estaban escalando un pico alto y remoto después de una larga
preparación. Para la ascensión se habían atado los cinco en una cordada, como
es de rigor, ya que así, si uno de los cinco resbalaba, podrían izarlo y
salvarlo, como tenían bien ensayado. Todo hizo falta en la ardua ascensión, pues
la cumbre era escarpada y cualquier caída sobre el valle, lejano desde tanta
altura, había de resultar necesariamente fatal. Paso a paso avanzaban hacia el
vértice blanco, con firme voluntad de conquista segura.
Todo fue bien
hasta que uno de los cinco resbaló y cayó con fuerza hacia el vacío. En su
caída arrastró al compañero más cercano, que nada pudo hacer por detenerlo, y
éste a su vez arrastró al siguiente, hasta que los cinco amigos, atados aún por
la firme cuerda, comenzaron su descenso vertiginoso hacia una muerte segura. La
roca no tuvo piedad y, tras la larga y solidaria caída, los cinco amigos
perecieron en su aventura.
Allá en el cielo,
san Pedro se aprestó a recibirlos y, como había presenciado con mucho interés
su arriesgado alpinismo, decidió hacerles una sola pregunta, la misma a todos,
para decidir si podía admitirlos en el cielo o no. Llegó el primero de la
cordada, y san Pedro le preguntó: “He visto que has caído desde una gran altura
a una soledad de piedra, y la caída ha sido larga, ya que estabais a punto de
alcanzar la cumbre cuando caísteis. Dime, pues, y dime con sinceridad, pues de
tu respuesta dependerá tu suerte, ¿en qué pensabas mientras caías por el aire
desde la cumbre hasta el valle en que encontraste la muerte? ¿Qué pensamientos
pasaron por tu mente?
El primer
alpinista contestó: “En cuanto me desprendí de la roca, caí en la cuenta de
que aquello era el fin, y todo lo que pensé fue lo tonto que había sido al
embarcarme en una locura que bien sabía yo que habría de acabar mal. Pero me
dejé convencer, y tenía que pagar las consecuencias. Me dio mucha rabia, y con
esa rabia me estrellé”. San Pedro le dijo: “Lo siento, pero no puedes entrar”.
El segundo
contestó: “Yo me vi caer y, aunque comprendí que la situación era
desesperada, no perdí toda esperanza y traté, según caía, de ver si había algún
saliente que pudiera agarrar con las manos o con la cuerda para quedar
enganchado allí y salvar mi vida y las de mis compañeros. Pero ya ves que no lo
conseguí, y aquí estoy”. San Pedro reflexionó un momento y sentenció: “Tampoco tú puedes
entrar aquí”.
El tercero
contestó: “Yo no pensé en mí mismo, sino en mi mujer y mis hijos. Me dio
gran pena pensar que con mi muerte mi mujer quedaría viuda, y mis niños
huérfanos. Con esa pena en el alma morí”. San Pedro lo miró con cariño y comprensión, pero
luego le dijo suavemente: “Está bien, pero no puedes entrar”.
El cuarto
contestó: “Desde el primer momento de la caída, yo pensé en Dios. Le
encomendé mi alma, le pedí perdón por todos mis pecados con contrición sincera
y, aunque no tenía mucho sentido hacer propósitos de enmienda y prometer no
pecar más cuando sabía que ya no había de tener ocasión, sí expresé mi dolor
por haber ofendido a Dios y me entregué a su misericordia”. San Pedro se rascó la cabeza
pensativo y, por fin, dijo: “En eso hiciste bien, pero fue un poco tarde.
Tampoco tú puedes entrar”.
El quinto
contestó: “Yo vi desde el primer momento que me quedaban sólo unos instantes
de vida. Abrí los ojos y vi a mi alrededor la vida más bella que el hombre
puede imaginar. Mientras escalábamos la cumbre, estaba demasiado preocupado con
la ascensión y agotado por el esfuerzo para fijarme en la belleza del paisaje;
pero, una vez libre de toda preocupación en aquella soberbia caída, pude
dedicarme a disfrutar con toda el alma del espectáculo único de las montañas,
la nieve, el valle y las nubes, todo visto desde la perspectiva privilegiada
del vuelo del pájaro que por unos instantes fue mío. Con esos felices
sentimientos estaba cuando me llegó el fin”. San Pedro le puso la mano en el hombro y le dijo:
“Adelante, hijo mío. Este reino es para ti”. Entraron los dos juntos en el
cielo y se cerró la puerta.
Disfrutar de la vida conforme viene es un privilegio.
ResponderEliminarNo se tiene que morir para experimentar el gozo, puesto que ya lo estás gozando en el presente.
Parece fácil cuando lo que hay que experimentar es el triunfo, el éxito; pero cuando viene el desplome, ¡ay ...cuando viene el desplome! ¿quién es capaz de ver la enseñanza que viene tras la pérdida? ¿quién es capaz de disfrutar de la caída mientras se pierde en el vacío?
Solo quien ha experimentado la grandeza de la nada, se deja ir al abismo.
Y mientras tanto, volvemos una y otra vez a las "trampas" de la socialización y al automatismo de nuestro mono-ego-, en mi caso en algunos momentos engorilado.
No, no nos enteramos de muchas cosas, nos perdemos lo esencial de la vida, VIVIR.
Rodeada de nieve te mando un abrazo fuerte para entrar en calor.