Eran dos, y se
dedicaban a visitar a médicos de parte de los laboratorios que fabrican
medicamentos. O sea, trabajaban como visitadores médicos. Y les iba bien. Una
pasta gansa. Buena vida, en fin, para vivir con holgura y pensar que tenían el
futuro resuelto.
Pero no. Primero
fueron los genéricos, que les privó de una buena parte de los beneficios que
conseguían. Luego esta maldita crisis. Eso fue el final. Caput. A la calle. El
paro.
Y ahora qué hacemos,
se dijeron. Ya no son sólo dos. Los hijos… En fin, algo hay que inventarse.
Y se han inventado una
profesión. No es que nunca antes se hubiera hecho pan, que el ser humano lo
come por lo menos desde que en el área del Mediterráneo surgieron los pueblos
agrícolas. Es que ellos recordaban haber entrado en una panadería cuando eran pequeños,
en el pueblo y tal, cuando sus mamás respectivas les mandaban traer a casa un
pan y tres barras o una hogaza y media docena de magdalenas.
Total, que se han
hecho panaderos. Fabrican pan. Lo venden. Y las sobras las traen a la parroquia
para repartirlas. O sea, ahora comparten.
Cada día, por la
tarde, llega un coche; y, unas veces llamando al timbre, y otras sin hacerlo,
hay dos sacas de pan a nuestra puerta: barras, panes y hogazas; de trigo y de
otros cereales; sin factura, sin recibo, sin compensación.
Y que dure…
Estos si que han aprendido lo que es la común-unión.
ResponderEliminarEstarás encantado, y los parroquianos mas.
Muchos besos
Pues seguro que son más felices vendiendo pan, que medicamentos
ResponderEliminar¡Me alegro por todos!
Un abrazo, Miguel Angel.
Rosi
Claro, Laura, cómo no voy a estarlo. Esta crisis está poniendo de manifiesto cosas que estaban ya ahí, pero no se valoraban. Espero que no se me enfaden porque lo haya hecho público.
ResponderEliminarBesos
Rosi, no te puedo decir, eso de la felicidad no es mensurable. De momento están aprendiendo el oficio, y su futuro está aún por ver.
Gracias por tu alegría. Abrazos.