Que, cuando ven
que hay poca gente en Misa, riñen a los presentes a cuenta de los ausentes.
Me apropio de esta
frase tomada de aquí cerca para titular esta entrada que, en principio, no se a
cuento de qué sale al aire.
La tomo en primer
lugar porque a mí se me han venido más de una vez a la boca palabras para
pronunciarlas en este sentido. No han terminado de salir por ella, pero muy
poco ha faltado. Suele ocurrirme cuando tengo mi labor más trabajada y pretendo
trasmitir lo que debo al mayor número de personas.
Debería ser mucho más
reflexivo y también más comprensivo y hacer lo que el final de la frase que
cito indica:
Cuando lo que
tendrían que hacer es animar, sostener y valorar a los asistentes.
Este es el segundo
motivo por el que la utilizo, porque debería entusiasmar mucho más al personal,
que al fin y al cabo hace lo que puede, dadas las circunstancias. Y no lo hago,
al menos no en demasía.
Este es el caso de
hoy, domingo en mitad de junio. El calor, las fiestas en colegios de los
alrededores, -¿se habrán puesto todos de acuerdo para coincidir?-, la apertura
de las piscinas de verano, qué se yo qué otros motivos, todos ellos juntos y
revueltos, han reducido mi audiencia a mínimos históricos en el año en curso.
Sin embargo no ha bajado el número de asistentes de las edades infantiles, y no
me lo explico…
¡Hay tantos motivos
para obviar o trasladar la asistencia dominical a la eucaristía en una familia
al uso! La comida se quemó con las prisas y hay que hacerla de nuevo. Se rompió
el grifo de la ducha y está todo anegado. Se pinchó la rueda del coche y no
pudo ser arreglarla para llegar a tiempo. El pequeño entró en fiebre
desmesurada y hubo que ir corriendo al hospital. Se nos pegaron las sábanas, y…
como anoche trasnocharon… Llegaron familiares de visita y ellos no son de misa.
Son tan aburridas… –un nieto a su abuelo dixit–, que con ir de vez en cuando ya
es suficiente.
Además hay que tener
en cuenta que también se curra en domingo, que si guardias, que si
sustituciones, que si abren porque toca; hay profesiones que no paran para que
el resto podamos hacerlo.
En fin, que es así la
vida; hay días que no cabemos y días que estamos tan ralos que apenas se nos
nota.
Extraño día este de
hoy, que ni gente por la calle. Tampoco en la piscina cubierta. No tengo ni
idea por dónde parará. Se habrán ido pa’l pueblo. Es la respuesta socorrida, y
la que todo el mundo da por suficiente.
Ya sólo falta que
alguna vez se me ocurra recriminar a quienes aportan ayuda económica la escasez
de lo recaudado. No tengo ningún motivo, pero no estoy exento de poder cometer
semejante atropello. ¡Dios me libre!
Pero no sería nada
extraño que me ocurriera. Al fin y al cabo, siempre ha sido así. Si no, ¿a ton
de qué ese dicho que dice “pagaron justos por pecadores”?
Recuerdo de cuando en
el cole, los de siempre armaron bronca un momento que el profe salió del aula,
y cuando entró castigó absolutamente a todos a estar una hora más en clase. O
cuando aquel guardia intentó multarme porque creyó que había sido yo el que se
saltó el semáforo, que iba en bici, y había sido el deportivo rojo que casi
atropella a la anciana. O aquella otra vez en que alguien soltó un soberbio
taco y, como me reí como el que más, todos pensaron que yo lo había ejecutado.
Y esto otro, que
también tiene tela marinera. Como hay usuarios de la piscina que frecuento que
no saben o no quieren utilizar las toallitas higiénicas tomándolas con
delicadeza del aparato dispensador, dejando los alrededores perdidos de papeles
arrugados o sin arrugar, la dirección o el personal a su cargo ha decidido no
reponerlas, de modo que si quieres secarte las manos tienes dos opciones: a los
pantalones o a la cabeza.
Sí, es verdad; los
curas pecan, es decir, pecamos; pero no somos sólo nosotros, los demás también.
Y aunque esto lo
escribí el domingo, lo publico en miércoles, porque total, ¿no da lo mismo?
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