Leyendo antes de dormir




Tengo entre mis manos esta preciosidad de libro. Cartas a Alejandra, escrito por Fernando Altés Bustelo, llegó a mí porque Paz me lo regaló hace ya tiempo. Me lo tragué de un bocado y me supo a poco. Supongo que la nieta de quien fuera director de El Norte de Castilla y compañero de letras de Miguel Delibes lo guardará también como oro en paño para que lo lea su hija en cuanto aprenda.
 Quiero ofrecerme una pequeña muestra literaria de Fernando Altés, a quien conocí cuando yo tenía diecisiete años. Tuvo la amabilidad de darnos una charla sobre periodismo y de acercarnos aún más el periódico que entonces dirigía, en el mismo seminario que está a punto de cumplir su 50º aniversario. Aquella noche nos descubrió algunos misterios de su profesión y nos aclaró el por qué de tanto gato entre las columnas de aquel diario que sigue siendo el periódico en activo más viejo del país.
Como no tengo ganas de estropearlo abriéndolo a la fuerza para el escaneo, (¡qué bien me vendría ahora uno de esos pequeños que parecen bolis!), voy a elegir un pequeño trozo y lo mecanografío. Es corto, pero sustancioso.

TORMENTA
Querida A.
Veo que tienes miedo a los truenos. No tiene nada de particular, porque es cosa lejana, grande y desconocida a ti.
Cuando preguntes, verás cómo algunas personas mayores te dicen que son angelitos, que juegan a los bolos. No hagas caso, aunque lo dicen con la mejor intención de quienes tampoco entienden. Los angelitos tienen otras cosas que hacer que jugar a los bolos.
En realidad, es el Buen Dios que limpia el aire. El mundo es como la habitación de Dios y, como las habitaciones, cada cierto tiempo el aire se llena de polvo y suciedad, que no notamos casi, pero es malo. Entonces Dios abre un día la ventana, corre los muebles, sacude las alfombras y lo limpia todo; por eso hace esos ruidos igual que cuando mamá ventila la casa por las mañanas.
Si te fijas, se nota muy bien cuando pasa la tormenta: que el aire está más limpio y transparente. Todavía es mejor si llueve un poco: entonces se nota el aire más fresco y oloroso y tú, que tienes la suerte de vivir en el campo, podrás comprobar lo maravillosamente que huele la tierra recién mojada.
De todas formas, no está mal que, cuando hay truenos, hagas lo que los demás: meter la cabeza debajo de la almohada o lanzarte a los brazos de mamá o de alguna persona que te dé confianza. Si no es tonta, digo esa persona, lo entenderá muy bien y, a lo mejor, te acaricia un poco la frente con la mano, que siempre es agradable.
Como no quiero cansarte, dejo para otro día contarte las cosas que tienen que hacer los ángeles en vez de jugar a los bolos.
Te promete que lo hará pronto tu
abuelo



No me aguanto las ganas de añadir esto, en honor de don Fernando:


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