No es que tenga que
haber una correlación inevitable, pero no conozco otra secuencia. La naturaleza
sólo funciona así; y si alguna persona conoce otro modo, que me lo diga, porfa.
Cuando el ser humano
descubrió cómo hacer fuego, –el fuego ya estaba desde mucho antes, nadie lo
inventó– no supo qué hacer con las cenizas. ¡Bah! mierda, esto no sirve, se
diría. Y las tiró.
De esa y de otras
maneras, fue desaprovechando demasiadas cosas. La historia entera es un cúmulo
de desperdicios y apenas unos pocos, muy poquitos en proporción, logros. Así es
la ley de la supervivencia: muchas muertes para que algo/alguien viva,
superviva, sobreviva, perdure, permanezca; es decir, asegure el futuro.
La hoguera de cuyo
fuego prendimos el cirio pascual sirve su ceniza para que en el próximo año una
nueva cuaresma nos encamine hacia otra pascua.
No es repetir por
repetir. Tenía razón Heráclito, el río no es el mismo, el agua tampoco. La
Pascua siempre es novedad, la ceniza encierra un misterio. De las cenizas nacen
las flores, la muerte crea vida, la luz rompe las tinieblas como el día vence a
la noche y nosotros renacemos cada jornada para vivir como novedad lo que
creemos pura rutina.
¡Pero NO!
Esta pascua no acabará
en cenizas; otras le seguirán, hasta que llegue la única y definitiva.
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