La rendición de Breda* o Las lanzas. Diego Velázquez, 1634-35. El Prado |
Lo he visto en las
pelis de boxeo; cuando el púgil amiguete está a punto de ser noqueado, el
entrenador arroja la toalla al centro del cuadrilátero y se acaba la pelea.
Entonces el árbitro levanta la mano del vencedor, o sea el otro. Eso ocurre
porque quien tira la toalla no quiere que a su pupilo lo machaquen del todo. O
sea, que machacado ya lo estaba siendo. De resultas, el vencido puede salvarse,
o cabrearse; según. Lo que nunca he visto es que el mismo interesado tire la
toalla al ring, eso no lo he visto, aunque puede que tuviera ganas.
Lo malo de la vida es
que no es un pugilato, con cuidadores, juez árbitro, médico y sanitario. Aquí
el desenlace antes del gong suele ser del estilo de sálvese quien pueda.
He visto tirar la
toalla a personas en cuya boda participé de alguna manera. No pudo ser, algo se
torció en algún momento, o simplemente desde el principio se amasó la cosa mal.
Ver propiamente no,
pero he sabido de curas conocidos o por conocer, que, con predicamento o sin
él, también arrojaron algo y se fueron.
He sido testigo de
carreras y estudios truncados por parecido procedimiento. Negocios y empresas,
oficios y beneficios, proyectos e ilusiones…
Sí, a veces ocurre
que esa opción, que siempre está disponible aunque esté guardada en el bolsillo
trasero del pantalón o de la falda vaquera, se pone en la delantera, y deja de
ser una posibilidad, para convertirse en la única alternativa.
Luego viene la
reconstrucción. Y ahí depende mucho del entorno y de qué arropamiento se tenga,
porque en solitario no parece ni fácil, ni llevadero.
Aunque de una u otra
manera la o las personas interesadas salgan ganando en la deconstrucción
resultante, y como dicen en mi pueblo “todo sea para bien”, no por ello hay que
tirar cohetes. No deja de ser, perdonándoseme el simil, una derrota. Y ya lo
dijeron los latinos: Vae victis!
Por eso tengo que
apuntar en mi agenda que cuando vea a X no se me ocurra darle la enhorabuena. Casi mejor le
pego un abrazo y me callo. El tema, que lo saque rita.
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* El asedio
de Breda
Desde
finales del siglo XVI y principios del XVII, los Países Bajos (liderados por su
noble más importante, Guillermo de Orange) estaban inmersos en la guerra de los
ochenta años o guerra de Flandes, en la que luchaban por independizarse de
España.
En 1590, con
Mauricio de Nassau-Orange (cuarto hijo de Guillermo) como estatúder de las
Provincias Unidas de los Países Bajos, la ciudad de Breda fue tomada por los
holandeses. La tregua de los doce años mantuvo el país en calma entre 1609 y
1621. Cuando el rey de España Felipe IV subió al trono en 1621, la tregua
expiró y la guerra comenzó de nuevo. La intención de Felipe IV era recuperar
esa plaza tan importante desde la cual se podría maniobrar para otras
conquistas.
Felipe IV
nombró como jefe supremo de la expedición a Breda al mejor estratega a su
servicio conocido en aquella época, al aristócrata genovés Ambrosio de Spinola,
que se puso al mando de 40.000 hombres más un buen número de generales españoles,
como el marqués de Leganés y don Carlos Coloma, militares muy famosos.
La ciudad de
Breda estaba defendida por Justino de Nassau, de la casa de Orange. El cerco y
sitio a la ciudad fue una lección de estrategia militar. Algunos generales de
otras naciones acudieron allí en calidad de lo que hoy se entiende como «agregado
militar», para conocer y observar la táctica del gran Spinola. Lo principal era
impedir que hasta el sitio llegaran refuerzos de víveres y municiones. Para
ello se realizaron una serie de acciones secundarias; una de las que más éxito
tuvo fue el anegar los terrenos inmediatos e impedir así el paso a la posible
ayuda.
Las crónicas
de la época cuentan que la defensa de Breda llegó a ser heroica, pero la
guarnición tuvo que rendirse y levantar la bandera. Justino de Nassau capituló
el día 5 de junio de 1625. Fue una capitulación honrosa que el ejército español
reconoció como tal, admirando en su enemigo la valentía de los asediados. Por
estas razones permitió que la guarnición saliera formada en orden militar, con
sus banderas al frente. Los generales españoles dieron la orden de que los
vencidos fueran rigurosamente respetados y tratados con dignidad. Las crónicas
cuentan también el momento en que el general español Spinola esperaba fuera de
las fortificaciones al general holandés Nassau. La entrevista fue un acto de
cortesía, el enemigo fue tratado con caballerosidad, sin humillación. Este es
el momento histórico que eligió Velázquez para pintar su cuadro.
A lo mejor la enhorabuena hay que darla por la valentía que supone seguir siendo fiel a uno mismo, aunque eso nos cueste renunciar incluso a ciertas opciones de vida...En cualquier caso, a cierto X yo ya le he mandado un abrazo, sin más...
ResponderEliminarOtro para tí.
Ya comprendo que no te refieres a lo de “genio y figura…” cuando hablas de fidelidad a uno mismo. En lo que yo puedo decir algo, resulta que fidelidad la entiendo referida a alguien distinto de mí, y a veces no veas las piruetas que me veo obligado a hacer para aguantarme. Casi siempre, siempre en todo caso, termino tirando la toalla, igual que aquel individuo que se pasó toda la noche luchando sin vencer a su contrario.
ResponderEliminarAlgunos siempre ganan, y otros perdemos. Tal vez sea esa nuestra forma de ganar.
Tu X recibirá tu sincera enhorabuena, que será bálsamo y bendición para su herida, como lo es para mí ese abrazo que me envías.