¡Alemán!

 

A poco de entrar en el seminario recibí el apodo que me acompaña aún entre los viejos compañeros: el alemán. Tiene nombre propio quien lo propuso y lo sigue usando; vive bien cerca de mí, en el barrio anejo de Parque Alameda, abuelo para más señas y le pusieron Julián en la pila del Bautismo, el apellido me lo callo para no meterle el dedo en el ojo.
Esto de los apodos es, o era, moneda corriente en los pueblos, donde todo el mundo sabía la vida y milagros de todo el mundo, desde los tiempos más inmemoriales. En el seminario la mayoría de los alumnos procedía de los pueblos. No es, pues, nada raro que se usaran, tras diseccionar pormenorizadamente al escogido.
A mí, por el contrario, siempre me ha gustado usar el nombre de pila para designar a las personas. Ni los alias, ni los diminutivos; mucho menos los superlativos.
El alemán, referido a mi persona, tiene el superlativo por encima de otras consideraciones. No es difícil explicarlo, no lo será entenderlo. Llegué allá tras el bachillerato superior y encontré un mundo cerrado de chavales que se relacionaban apenas entre ellos mismos. Mucho latín y griego, y poco de todo lo demás. Es verdad que allí no era usual repetir curso; el que suspendía en septiembre, iba fuera. Pero las exigencias no llegaban a mayores, y se pasaba sin más pena ni más gloria. No voy a cargar las tintas, sólo decir que mi llegada fue como el aterrizaje de un marciano. Claro que eran otros tiempos y ahora debe ser todo diferente. Les llamaba la atención que tuviera criterio y opinión, que nadie consiguiera dominarme; que si decía que entrenaba, lo hacía a conciencia; y que si a estudiar, lo mismo; que no fuera tan pío ni tan meapilas, y que si cantaba gregoriano, aún sin saber de latines ni tener voz, se me notara.
No, no me encontré con un coro de pajaritos dispuesto a gorjear sin estridencias. De modo que supongo que lo de alemán me venía bien: era metódico, tenaz, paciente, insistente, relativamente callado, vocación tardía en su opinión y además sacaba buenas notas. Así las cosas, me resultó imposible encontrar acogida en alguno de los pequeños grupúsculos que existían, y en el grande se me perdonó la existencia, más que nada porque, como mi apellido empieza por la v, siempre estuve en la cola de la fila.
Total, que soy, fui mejor dicho, el alemán.
Bien, ahora me entero de que los alemanes están avisando que van a venir a nuestro país a darnos lecciones de seriedad, trabajo y vida austera. Debe ser por lo de su ascendiente prusiano.
A mí no me importaría que vinieran, e hicieran lo que pretenden. Lecciones estoy dispuesto a recibir de cualquiera; ¿por qué no de alemanes? Pero ya de antemano les aviso que si quieren enseñarme, ellos también deberán dejarse y recibir algunas lecciones.
Y aquí es donde me sale el alma patria y el ardor guerrero. Admiro a aquel país, pero con medida. Lo han tenido todo y han conseguido levantarse cada vez que se han hundido. Tienen clima, tienen riqueza, tienen historia, y lo más importante, tienen presente. Ellos son el centro, la cabeza y el motor de Europa.
España tiene sol. Por eso les gusta venir a tomarlo. Y vino, que bien lo degustan y trasiegan, y en cantidades.
Pero por si no lo saben, en España se tiene genio, de donde viene lo de genialidad. Y carácter, de ahí lo de la siesta. No seremos tan trabajadores como ellos, pero si nos ponemos, tras una buena comida reposada, en una tarde hacemos lo que ellos en una semana. Y de un desierto sacamos un vergel.
Vengan para acá todos con sus mercedes, e indíquennos su método y manera de labrarnos el futuro. El presente, si no fuera por esta crisis, se lo hubiéramos dado aquí. De hecho conozco algunas colonias humanas en la costa mediterránea de las que, salvo por el idioma y los fenotipos, inconfundibles por teutónicos, nadie diría que no tienen sangre sarracena.
Un aviso final para doña Angela Merkel, mejor dicho, dos:
1. Sepa usted que esa g que la acompaña es aquí como una jota. Si insiste en que suene tan suavecita, añádala una u. Pero si prueba a no hacerlo y deja que la llamemos según se escribe, se dará cuenta de que con nosotros pilla en hueso, salvo que cambie de opinión tras un buen cocidito, siesta y baño. Su dinero y su dietario puede dejarlo en el hotel, venga a mi casa con lo puesto. Y verá cómo se puede vivir aquí.
2. Supongo que tendrá un encuentro didáctico con el señor Rajoy. Sepa usted que es gallego. Podría ser de otra parte, pero no. Ni valenciano, ni andaluz, ni catalán. Si fuera castellano, de arriba, vería que por aquí somos serios, honrados, trabajadores, religiosos, juerguistas con medida, y profundamente fieles a la palabra dada. Como el Mío Cid.

3 comentarios:

  1. ¡¡¡¡Pero si estos alemanes ya nos tienen copada media costa mediterránea, las Baleares y las Canarias!!!! Las Costa Brava es suya, hay que saber alemán para poder comer en muchos de los sitios que eran los más bonitos y ellos los han afeado con sus construcciones de nuevos ricos para sus lanchas motoras estilo Miami y toda esa basura de ciudades horteras. En la Isla de La Palma, Canarias, los lugares más chulos están comprados por alemanes, sólo espero que la crisis se los lleve por delante y se vuelvan a su país. Y así sucesivamente. Yo bramo en hebreo cada vez que me topo con estas colonizaciones a lo bestia. Y no se molestan ni en aprender español. Entre ellos y los británicos, ¡estamos listos!.
    Bueno y eso de que te apodaran el alemán, supongo, creo yo, que más bien sería por tu aspecto, eso de ser pelirrojo en una ciudad como la tuya debía de ser la repera en tus años seminariles. En fin, Míguel, que la señá Merkel nos tiene hasta los ponfos a muchísimos españoles y el Rajoy ni te cuento. Espero que a la Angelita se la quiten de en medio en las próximas elecciones alemanas, que, por lo que se ve, está reuniendo todas las papeletas (igual que Rajoy en Galicia, eso espero).

    Ale, alemanito, a pasarlo bien y que dios nos asista con la que se nos avecina procedente de Alemania (eso sí, p'a después de las elecciones gallegas, ya verás).

    Besos

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  2. Vaya siesta Miguel Ángel, al estilo español.

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  3. Julia, pues a ver qué hacen en Galicia… los gallegos. Sólo depende de ellos.

    Y no fue por mi pelirrojez, sino por otros asuntos. Cosas de niños.

    Besos


    José Luis, ¿te has fijado en la manta? Es de Palencia. Me la llevo junto con la tienda y la mochila a todas partes.

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