Dos versiones para una misma frase:
“Hasta que San Juan baje el dedo”



Cuando suponemos que algo no cambiará, al menos en un muy largo período de tiempo, empleamos en mi tierra, y tal parece que en parte grande del resto, esta frase. Así, por ejemplo, cuando una persona parlanchina toma la palabra, se espera que siga perorando “hasta que San Juan baje el dedo”.
Cuando deseamos que alguien muy reservado rompa a hablar pero no lo conseguimos, entonces usamos una variante: hablará “cuando San Juan baje el dedo”.
En ambas estamos refiriéndonos a un imposible, pues tal dilación en el tiempo supera la duración de la vida de cualquier mortal.
Esto no tendría mayor importancia para mí si no me hubiera encontrado con otras dos variantes que paso a relatar.
Hay dos San Juanes de cierta relevancia y a ambos por igual podría achacárseles el origen de este dicho: San Juan Bautista y San Juan Evangelista.
San Juan Bautista señaló con el dedo a Jesús al tiempo que decía: «Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Evangelio de Juan 1, 29).
La imaginería religiosa le ha mostrado con un dedo levantado, apuntando a un cordero, a un rótulo con la frase inscrita Ecce Agnus Dei, al cielo…
San Juan Evangelista, que parece ser estuvo junto a María al pie de la cruz, a veces ha sido representado en un momento antes indicando a la Madre de Jesús con el dedo índice el camino del Calvario.
Avalan esta última explicación unos versos de Francisco Rodríguez Marín (Osuna, 1855-Madrid, 1943), en su obra Cantos populares españoles (2.ª ed., tomo II, página 343), concretamente estas dos coplas:
Mucho quiero a San Francisco
porque tiene cinco llagas,
pero más quiero a aquel santo
que con el dedo señala.
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Tienes mucha fantesía
y te tienes e queá
señalando con er deo
como se quedó San Juan.
Y comenta: «Aluden a San Juan Evangelista, a quien los escultores y pintores suelen representar en actitud de mostrar a la Virgen Madre el derrotero de su Hijo».
Personalmente prefiero que el referente sea el Bautista, del cual he visto cuadros y tallas con el dedo apuntando. En tanto que ignoro, no digo que no exista, que el Evangelista sea representado de esa guisa, con el dedo señalando.
Obra de Salzillo. San Juan Evangelista (1756)
Además, a éste último, ya le sobra y le basta con el libro que le ponen en las manos y el águila que le cobija. En tanto que al primer Juan, alias “El Bautizos”, que le pinten o le esculpan una piel de camello por vestido como único adjetivo resulta desconsiderado. Fue más importante por lo que nos indicó que por cómo trajeaba. Y no lo digo yo, como si fuera una ocurrencia mía. Lo dijo Jesús y con palabras que resuenan:
-«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta: él es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él. Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, queráis aceptarlo o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos, que oiga». (Evangelio de Mateo 11, 7a-15)
Hoy es San Juan. Festejamos que nació. Sólo de él y de Jesús ¿no es curioso? Veinticuatro de junio, veinticinco de diciembre. Está claro con absoluta claridad: hasta que San Juan baje el dedo señala al que tuvo el detalle de hacer del río Jordán su propio baptisterio.

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