Primeras comuniones



Ayer y hoy. Y el próximo finde, igual. En lotes, porque todos no cabemos. Con traje de fiesta, para seguir la tradición y con menos invitados de lo que se dice por ahí, que los tiempos no permiten excesos. Con sencillez y naturalidad, como corresponde a la edad de los presentes. Con todas las personas que queremos, y que quisieron asistir. Haciéndonos todos iguales, en edad, dignidad y gobierno; el mayor, con independencia de los datos cronológicos, no pasaba de los diez años.
En efecto, nos hicimos así de pequeños, de apenas unos años. Y cada cual vino como le dio la gana: unas de princesas y otros de mariscales de campo o capitán de fragata; alguno de señorito y también hubo quien en ropa de trabajo. Es broma.
Y una mesa, pan y vino; y muchas ganas de que Jesús fuera el centro.
Empezamos cantando y terminamos aplaudiéndonos. Y entremedias hablamos, escuchamos, expresamos nuestros mejores deseos, proclamamos la utopía de nuestra fe; nos sonreímos, dimos gracias al Padre, comulgamos a Jesús y con él nos sentimos todos en común-unión; apelamos a la Madre y nos hicimos muchas fotos para que no se nos olvide nunca este día tan bonito y tan trascendental.
Nos miramos con sana envidia: los peques a los menos peques, porque quieren crecer ya; los mayores a los menores, porque desearíamos poder volver atrás en el tiempo y ser niños como ellos.
Al canto de unos, casi al final,

En mi corazón de niño
guardo yo muchos deseos,
el primero es que los hombres
sean cada vez más buenos.
El segundo es que la gente
viva siempre en alegría
y que estén todos contentos
con el pan de cada día.

Virgen de mi alma
haz que sea así,
escucha a este niño
que te lo pide a ti.
Virgen de mi alma,
madre de bondad,
que todos mis sueños
se hagan realidad.

Yo te pido por mis padres
y los padres de otros niños,
para que nunca se enfaden,
y que siempre estén unidos.
Haz que no existan las guerras
ni tan siquiera en los libros,
y que en el mundo en que estamos
no se oiga llorar a un niño.

Siguió una plegaria de todos juntos con la que concluimos esta parte de la fiesta:
Te damos gracias
y te alabamos,
Dios nuestro, Padre bueno.
En memoria de Jesús,
Hijo tuyo y hermano nuestro,
nos hemos reunido hoy
y hemos recordado
el ejemplo de su vida,
su muerte y su resurrección.
Sabemos que vendrá
y hará de todos los hombres
un solo pueblo,
santo y glorioso.
Estamos felices
por haber participado,
todos juntos,
en el Pan
de la amistad y de la vida
y en el Cáliz
de la fuerza y de la salvación,
que Jesús ofrece
a los que creen en él.
Acepta, por tu Espíritu,
la celebración de esta comunidad
y únenos a todos,
pequeños y grandes,
en un mismo corazón. Amén.
Salimos jubilosos, y cada grupo familiar se fue a celebrarlo como pudo. Y llevábamos en el corazón una experiencia irrenunciable: siquiera durante un rato es posible, sí, que las cosas sean de otra manera. Tal y como dijimos en la última frase de nuestro credo: ¡Creemos que es posible un mundo donde todos seamos hermanos!

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