Hacia la feliz y eterna holganza


Hoy no me resulta fácil escribir. Hemos despedido a Jesús, cuyos últimos meses de vida han sido especialmente duros. Paralizado por un infarto cerebral, perdido el habla y la capacidad de expresarse, sólo sus ojos nos decían de su sufrimiento, del misterio en el que en un chasquido de dedos se vio inmerso sin previo aviso, de la pequeñez que somos y lo desvalidos que podemos llegar a ser.
Hoy nos hemos congregado junto al féretro que contenía sus despojos, más tristes y resignados de lo que nos hubiera gustado si la despedida hubiera sido de otro modo. Pero fue así.
Hay muertes programadas, organizadas y publicadas. Hay muertes imprevistas, rápidas y, en lo que cabe, “limpias”. Hay muchas maneras de morir. Algunas de ellas son crueles. Puede que ese matiz lo añada la mano humana. En este caso sólo la naturaleza lo propuso.
A pesar de todo ello, quienes casi llenábamos el pequeño templo parroquial retuvimos las lágrimas, estuvimos callados para no dejar notar que la voz se nos quebraba, y mantuvimos la mirada humillada en un vano intento de nos descubrirnos cuán tocados estábamos del ala.
Fueron el canto, tímido sí, y las respuestas a los salmos a media voz, y la presencia erguida, y también la oración en común y solidaria, nuestra manera de decirle a Jesús que fue una buena persona, que nos trató bien a todos, que no tuvo enemigos porque nunca los buscó, que le estamos agradecidos porque a través de él hemos sentido que La Gracia también nos tocó de lo que en él sobreabundó.
Fue nuestra manera de decirle hasta luego compañero, nos volveremos a ver; no sabemos cuándo, pero en un lugar cierto. Mientras tanto mantendremos tu memoria como tú mantuviste en vida tu ser buen amigo, y nada de lo tuyo se perderá.
Navarro le nacieron a Jesús, en Tudela, y ha venido a fallecer castellano por esos quides de la vida que le trajeron a las orillas del Pisuerga para poner en marcha un cultivo en el que él era especialista: el champiñón.
Además de manipular ese rico hongo también tenía otras facultades, que fue desarrollando en las fincas de los alrededores de esta ciudad. Tuvo la suerte de poder dar trabajo, con su buena gestión, a muchos de sus convecinos. Fue siempre mediador, y como tal también intercesor, en una suerte de solucionador de situaciones delicadas.
Ahora recoge una cosecha rica y abundante, pero sobre todo entrañable y agradecida.
Ya digo, una tarde la de hoy plena de sentimientos, de las que dejan el ánimo en suspenso, con un cierto vacío que sabemos tardará en desaparecer.
Para resucitar hay que morir.

4 comentarios:

  1. Míguel, te mando un abrazo fuerte y el aroma del jazmín que tengo a mi derecha. La vida y la muerte siempre de la mano...

    He visto la foto del Monasterio de Moreruela,(está a trece klm. de mi pueblo) hace mucho tiempo fuimos con mi madre a comer en sus alrededores, hace dos años quise enseñar ese paraje a mis amigas y ¡¡¡está todo vacío, han saqueado las piedras!!!, dicen que se lo han llevado todo a un palacete de León , que incluso llevaban una grúa con pluma para ir desmontando pieza por pieza.
    ¡¡Qué pena!!

    Estoy agotada, esta semana ha sido tela marinera...

    Besos

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  2. Quisiera creer con todas mis fuerzas que volveré a encontrarme con mis seres queridos que se fueron antes... en este mundo ¿lo que muere , resucita?....
    las despedidas son siempre tristes, algunas, extremadamente dolorosas...de momento, los hago perdurar con mi recuerdo.
    Me sumo al sentimiento.
    Un abrazo.

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  3. Laura, ya lo siento y lo huelo.

    Moreruela está hecho una pena. Es propiedad particular, y nadie lo cuida porque no lo aprecia.

    Besos, y a seguir recuperándote.


    Anna, creértelo nadie te lo impide, a pesar de las tristezas del momento. Además, según lo veo, es de cajón, ¿dónde vamos a estar en aquel momento, lejano o cercano, sino junto a todos ellos? Claro que resucitar no será volver a los cafelitos mañaneros que ya conocemos, sino otra cosa misteriosa… que no sabemos imaginar.

    Otro abrazo para ti.

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  4. Una vda sencilla con un final rodeado de amigos. Quizá más que el sufrimiento físico lo que más me asusta a mí al pensar en la muerte es morir sola. Con todo se puede si estás junto a quienes te quieren, a quienes les importas. Jesús fue afortunado.
    Un abrazo fuerte.

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