Católica,
sacra y real majestad
que
Dios en la tierra os hizo deidad;
Un paisano pobre, sencillo y honrado,
humilde
os invoca y os habla postrado.
El
honrado, pobre y buen caballero
de
plano, no alcanza ni pan ni carnero.
Perdieron su esfuerzo pechos españoles
porque
se sustentan con tronchos y coles.
Cebada que sobra los años mejores
de
nuevo la encierran los revendedores.
Madrid a los pobres pide mendicante
y
en gastos perdidos es Roma triunfante.
En vano es que agosto nos colme de espigas,
si
más lo almacenan logreros que hormigas.
En vegas de pasto realengo vendido
ya
todo ganado se da por perdido.
Perpetuos
se venden oficios, gobierno
que
es dar a los pueblos verdugos eternos.
Si a España pisáis, apenas os muestra
Si a España pisáis, apenas os muestra
tierra
que ella pueda deciros que vuestra.
Los que tienen puestos, lo caro lo encarecen
y
los otros lloran, revientan, perecen.
Crecen los palacios, ciento en cada cerro,
y
al pobre del pueblo, castigo y encierro.
Ved
tantas miserias como se han contado
teniendo
las costas del papel sellado.
Plazas de madera costaron millones,
quitando
a los pobres vigas y tablones.
Un ministro, en paz, se come de gajes
más
que en guerra pueden gastar diez linajes.
Nunca tales gastos son migajas pocas,
porque
se las quitan muchos de las bocas.
Los ricos repiten por mayores modos:
ya
todo se acaba, pues robemos todos.
Y asi en mil arbitrios se enriquece el rico,
y
todo lo pagan el pobre y el chico.
El
vulgo es, sin rienda, ladrón y homicida.
Burla
del castigo, da coz a la vida.
¿Qué importan mil horcas, dice alguna vez,
si
es muerte más fiera hambre y desnudez?
Si el rey es cabeza del reino, mal pudo
lucir
la cabeza de un cuerpo desnudo.
Consentir no pueden las leyes reales
pechos
más injustos que los desiguales.
Los
plumas compradas por Dios jurarán
que
el palo es regalo, y las piedras, pan.
Contra lo que vemos, quieren proponernos
que
son paraíso los mismos infiernos.
La fama, ella misma, si es digna, se canta,
no
busca en ayuda algazara tanta.
Del mérito propio sale el resplandor,
y
no de la tinta del adulador.
Y así, de esas honras no hagáis caudal;
mas
honrad al vuestro, que es lo principal.
Servicios son grandes las verdades ciertas.
Las
falsas lisonjas son flechas cubiertas.
Porque por lo demás todo es cumplimiento
de
gente servil, que vive del viento.
Si
en algo he excedido, merezco perdones.
¡Dolor
tan del alma no afecta razones..!
Francisco de Quevedo
Dice la leyenda que este
documento, unos ripios debidamente hilvanados, apareció bajo la servilleta del rey de España, por supuesto en el comedor de palacio, a la sazón en aquel
entonces Felipe IV, y que le fue atribuido a Quevedo. Añade esa u otra leyenda
que su lectura por el rey dio lugar a la desgracia de don Francisco, que al parecer hasta el momento gozaba de suficiente prestigio en la corte.
Dado que era manifiesta la
mala relación que sostenía con otro escritor y poeta, don Luis de Góngora y
Argote, al que acusó de ser mal sacerdote y otras cosillas más, tal pudiera
pensarse que todo fue una confabulación para perderlo.
Además de esta dificultad,
existen otras, como puede apreciarse en este texto que se sigue, tomado de la Nueva
Revista de Filología Hispánica de 1954.
Quevedo sabía bien... y mira que viene de lejos.... Sobran palabras ajenas.Beso.
ResponderEliminarDe pucheros vengo... y aquí me quedo.
ResponderEliminarSea como fuere quien escribió los ripios me gusta en especial uno:
ResponderEliminarContra lo que vemos, quieren proponernos
que son paraísos los mismos infiernos.
Besos