Las leyes son para cumplirlas

Es una frase muy socorrida, que esgrimimos todas las personas alguna vez en nuestra vida. Claro que no es igual según la boca que la exprese. Si lo hago yo, pongo por ejemplo, no pasa de ser mi opinión personal. Pero si lo hace, otro ejemplo, el guardia de mi barrio, ya tiene otras connotaciones y tal vez alguna que otra consecuencia. Pero no pasa nada, porque este policía municipal es muy buena persona y no pretende sancionar, sino sólo ordenar, coordinar y hacer la vida más fácil y placentera.
Sé que las leyes tienen un fin bueno, y que su elaboración llevan su tiempo, su reflexión, su discusión, su promulgación y su consolidación. Vamos, que no se fabrican como si fueran mismamente churros. De la seriedad que se presume en el legislador deriva que la ley, las leyes en general, debe acatarse y cumplirse.
Ocurre, sin embargo, a veces, que una ley parece estar hecha con poca cabeza, más bien con los pies. Y uno se pregunta que a quién ayuda, porque tratar de cumplirla complica la vida en lugar de simplificarla. Ejemplos se podrían poner muchos, pero como en este mundo hay muchas cabezas, y cada una tiene su sentencia, tendríamos demasiadas opiniones que contemplar.
Yo me voy a permitir poner sólo un ejemplo que me atañe. Mi barrio.


Desde que lo habito, hará pronto treinta y un años, hemos circulado por él como nos ha parecido, torciendo a derecha o izquierda, con doble dirección en todas las calles menos por una, que era considerada la salida general: la calle Villabrágima. Se cedía el paso cuando era menester, se aparcaba donde se encontraba hueco, y si alguien se sentía molestado, con decirlo tenía solucionado su problema. Convivíamos con cierta cordialidad.
Hubo un momento en que alguien dijo que había que reordenar el tráfico, porque no estaba bien que calles tan estrechas y sin aceras tuvieran doble dirección. Y se empezaron a recoger propuestas. Como es de natural, cada vecino o vecina dijo su opinión, y la razonó a su manera. Pasaron años desde que esto se inició. El Ayuntamiento, callaba.
Aumentó el tráfico rodado, y seguíamos apañándonos relativamente bien, pero el run run continuaba, porque el barrio necesitaba modernizarse, y había quien transformó el cuarto comedor en cochera y necesitaba espacio para maniobrar y alojar allí su vehículo, que eso de dormir a la intemperie arruga el material y lo pone descolorido.
Tanto fue el cántaro a la fuente, que el Ayuntamiento por fin dictaminó su ley, llenando todas las esquinas con señales que indicaban la dirección que había de seguirse para que la circulación rodada fuera acorde con los tiempos.
Así resultó que se convirtieron todas las calles en dirección única, y de las seis que suman todas ellas, cinco son para salir del barrio y una sola para entrar.
Hace de esto ya dos años, que se cumplen en agosto, y no vean ustedes lo mareados que estamos de tanto dar vueltas. Cada vez que hay que hacer cualquier gestión con el vehículo a motor, hay que salir del barrio, darle toda la vuelta y encontrar la única calle que permite entrar.
A Javi, que tiene un almacén de materiales de construcción, se le obliga a ir con su camión marcha atrás por dirección prohibida para embocar su trasera. A las grúas que traen vehículos averiados al taller que hay junto a la parroquia se les manda entrar por el interior del barrio y girar en estrecheces tales que se encajonan o rozan las fachadas. Al furgón funerario, -por cierto hay algunos que son enormes-, se le permite ahorrar tiempo y maniobras por ser vos quien sois y por deferencia con los deudos del difunto, y entra directamente sin atender a la señal que lo prohíbe. Los celebrantes de bodas, comuniones y similares que frecuentan el restaurante más señorial de estos pagos lo tienen bien fácil, porque para ellos nada ha cambiado: entran y salen como lo hicieron siempre. Su problema es dónde aparcar, porque la calle es nuestra. Aún así, aprovechándose de que suelen llegar en días festivos, ocupan vados, puertas y ventanas, esquinas y cruces, hasta que terminan de yantar y fumarse lo correspondiente.
Dos años hace ya de esto, ya digo. Esta ley no sabemos bien si está ajustada o no; pensada desde luego que sí, su tiempo se llevó. Solucionar, solucionar, algo parece que ha solucionado. Pero para subsistir, los vecinos residentes nos vemos obligados en ocasiones a infringirla. Los de las cocheras, ante la imposibilidad de usarlas por lo difícil de la maniobra, las utilizan de trasteros. En la parroquia he de estar al loro para colocar los chirimbolos y que así no ocupe nadie la entrada, especialmente la rampa para impedidos. Y cuando pretende llegar alguien que hace tiempo vivió por aquí pero de eso hace ya demasiado, se pierde; y tras muchas vueltas, cuando por fin lo consigue, resoplando dice: ¡Cómo tenéis la circulación en este barrio!

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