Haruki Murakami

Acabo de conocerlo, justo hace unos minutos. Resulta que es japonés, el nombre ya lo presume, y es un año más joven que yo; o menos viejo, según.
Y me lo he encontrado con motivo de esta frase: “Recién llegado a Tokio (…) tenía un único propósito: tratar de no tomarme las cosas tan a pecho, mantener la debida distancia con el mundo. Nada más.”
Pero ha querido la casualidad de que siguiera preguntando por este buen señor, y me encuentro que es un “paridor de frases”, y que por doquiera que navego me encuentro recopilaciones de ellas. No es que sean frases redondas del todo, pero he de reconocer que, tantas y tan apañadas, no es fácil encontrar ser humano que las emita. Ya es tener capacidad, ingenio y verborrea. Me figuro que también cabeza. Este es el japonés de marras, escritor para más señas, del que no tengo el gusto de haber leído absolutamente nada, salvo estas frases que he recopilado en muy poquito tiempo:

¿Acaso no existe en mi cuerpo una especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo?
¿Por qué me gustan las medusas? No lo sé. Las encuentro bonitas. Antes, mientras las miraba, he pensado una cosa. Escucha, lo que nosotros vemos es sólo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo no sabemos nada.
A mi parecer, ciertos sistemas de pensamiento son tan parciales y tan simples que se vuelven irrebatibles.
A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas para que no se te llenen de arena e ir cruzándola paso a paso. Y en su interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Algún día la muerte nos tomará de la mano. Pero hasta el día en que nos atrape nos veremos libres de ella. Yo pensaba así. Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en la orilla; la muerte, en la otra. Nosotros estamos aquí, y no allí.
Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado –dice cuando el teléfono deja de sonar-. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que ahí es donde debe estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos.
Cuando se tiene que esperar, se tiene que esperar.
Cuando uno se acostumbra a no conseguir nunca lo que desea, ¿sabes qué pasa? Que acaba por no saber incluso lo que quiere.
Cuando ves a alguien que vale, debes pagar sin vacilar y darle una oportunidad.
Del mismo modo que hay varios tipos de literatura, hay también varios tipos de escritores, cada uno con su propia visión del mundo.
Detesto a mucha gente y mucha gente me detesta a mí, pero también hay personas que me gustan, me gustan mucho. Y no tiene nada que ver con que me correspondan. Yo vivo así. No quiero ir a ninguna parte. No necesito la inmortalidad.
El destino es algo que se debe mirar volviéndose hacia atrás, no algo que deba saberse de antemano.
El odio es una sombra negra y alargada. En muchos casos, ni siquiera quien lo siente sabe de dónde le viene. Es un arma de doble filo. Al mismo tiempo que herimos al contrincante nos herimos a nosotros mismos. Cuanto más grave es la herida que le infligimos, más grave es la nuestra. El odio es muy peligroso. Y, una vez que ha arraigado en nuestro corazón, extirparlo es una tarea titánica.
El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo. Con tanta nitidez que tengo la impresión de que si alargara la mano, podría ubicarlos, uno tras otro, con la punta del dedo. Pero este paisaje está desierto. No hay nadie. No está Naoko.
El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras.
El viento que sopla por encima del río es tan frío y punzante como una guadaña recién afilada.
En el mundo hay cosas que es mejor no saber.
En este mundo, nada hay tan cruel como la desolación de no desear nada.
En la vida, todo es una metáfora.
En una caja de galletas hay muchas clases distintas de galletas. Algunas te gustan y otras no. Al principio te comes las que te gustan y al final sólo quedan las que no te gustan. Pues yo cuando lo estoy pasando mal, siempre pienso: Tengo que acabar con esto cuando antes y ya vendrán tiempos mejores. Porque la vida es como una caja de galletas.
Eres muy bonita, Midori -corregí. ¿Cuánto? Tan bonita como para hacer que las montañas se derrumben y el mar se seque.
Hay dos tipos de personas: los que son capaces de abrir su corazón a los demás y los que no. Tú te cuentas entre los primeros.
Hay personas que pueden herir a otras, sólo por el mero hecho de existir.
Jamás había escuchado una música tan sorprendente, así que me volví un fanático del Jazz y más tarde un escritor al que el Jazz le enseñó todo.
La Cabeza en las nubes, los Bolsillos llenos de sueños...
La mayoría de la gente joven que consigue trabajo en grandes empresas se convierten en hombres de empresa. Yo quiero ser independiente.
La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella.
La vida viene a ser eso, ¿no? ¿Acaso no estamos atrapados en un lugar oscuro y nos van quitando la comida y la bebida y nos vamos muriendo despacio, gradualmente?
Las buenas noticias, en la mayoría de los casos, se dan en voz baja.
Las cartas no son más que un trozo de papel. Aunque se quemen, en el corazón siempre queda lo que tiene que quedar; por más que las guardes, lo que no tiene que quedar desaparece.
Las cosas que se pueden comprar con dinero es mejor comprarlas sin pensar demasiado si ganas o pierdes. Es mejor ahorrar las energías para aquellas cosas que no pueden comprarse con dinero.
Leía mucho, lo que no quiere decir que leyera muchos libros. Más bien prefería releer las obras que me habían gustado. (...) Así pues, no tenía este punto en común con los demás, y leía mis libros a solas y en silencio. Los releía y cerraba los ojos y me llenaban de su aroma. Sólo aspirando la fragancia de un libro, tocando sus páginas, me sentía feliz.
Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales.
Lo que nos traerá el mañana sólo lo sabremos cuando llegue ese mañana.
Lo que yo deseo, la fuerza que yo busco, no es aquella que te lleva a perder o a ganar. Tampoco quiero una muralla para repeler las fuerzas que lleguen del exterior. Lo que yo deseo es una fuerza que me permita ser capaz de recibir todo cuanto proceda del exterior y resistirlo. Fortaleza para resistir en silencio cosas como la injusticia, el infortunio, la tristeza, los equívocos, las incomprensiones.
No me extrañaría que pronto nos endilgaran una película con el mensaje de que en una guerra nuclear la humanidad fue barrida de este mundo, pero, al final, todo acabó muy bien.
No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo.
No se me ocurre dónde diablos aprendió estas técnicas, pero poseía el secreto de alcanzar el corazón de las masas.
Para mí la cultura popular, incluso la más comercial, es como una gran reserva natural de donde los escritores podemos tomar infinitos temas para establecer una comunicación directa con los lectores.
Para mí, escribir una novela es enfrentarse a escarpadas montañas y escalar paredes de roca para, tras una larga y encarnizada lucha, alcanzar la cima. Superarse a uno mismo o perder: no hay más opciones. Siempre que escribo una novela larga tengo grabada esa imagen en mi mente.
Pero (si la memoria no me falla) no la he visto repetir la misma ropa ni una sola vez. Comprobar qué ropa llevará hoy se ha convertido ya en uno de mis pequeños divertimentos ligados al footing matinal.
Pero, a fin de cuentas, ¿Quién puede decir lo que es mejor? No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz.
Por eso ahora estoy escribiendo. Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las ponen por escrito.
Por supuesto, un día u otro tendré que encontrar un trabajo. Está más claro que el agua. No puedo estarme toda la vida así, de brazos cruzados. Más pronto o más tarde encontraré un trabajo. Pero ahora, si te digo la verdad, no sé muy bien qué me gustaría hacer.
Puede haber cierta magia cuando escribo, pero el resto del día soy nada más que un amante del jazz como hay millones por ahí.
Si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida.
Solo tengo dieciséis años y no sé muy bien de que va el mundo, pero una cosa sí puedo afirmar con rotundidad: si yo soy pesimista, los adultos de este mundo que no son pesimistas son un hatajo de idiotas.
Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las ponen por escrito.
Temes a la imaginación. Y a los sueños más aún. Temes a la responsabilidad que puede derivarse de ellos. Pero no puedes evitar dormir. Y si duermes, sueñas. Cuando estás despierto, puedes refrenar, más o menos, la imaginación. Pero los sueños no hay manera de controlarlos.
Todo pasa. Nadie tiene algo para siempre. Así es como tenemos que vivir.
Un caballero es quien hace, no lo que quiere, sino lo que debe hacer.
 
* * * * *

Volviendo al principio, también yo me deseo para mí mismo no tomarme ninguna cosa tan a pecho; mantener con el mundo una distancia lo suficientemente sana, como para que mi anormalidad no me suponga tenerme que desentender de lo que traiga el mañana; y saber esperar lo que tenga que venir, aunque preferiría mucho más forzar que vengan las cosas que yo quiero.

En fin, pero no soy perfecto. Está claro.

(De los asteriscos hasta aquí es mío propio, no de Haruki Murakami. Lo digo por lo de los derechos dichosos. No vayáis ahora a citarme sin mencionar la fuente.)

1 comentario:

  1. Quizás este autor también podría haber dicho algo así como: - Bien está lo que bien acaba, mi pequeño saltamontes -
    Claro que ¿quién sería él o yo o nadie para juzgar lo que esté bien o mal? Beso.

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