Némesis. El Louvre |
Pues es el caso que trasteando por los blogs uno es testigo de una conversación, más bien diría mesa redonda, en la que el tema a debate y reflexión versa sobre la felicidad. Y uno piensa que qué será eso, pues no es un asunto que él haya estudiado en los libros. A decir verdad esa palabra le suena como final de tantos cuentos con que su mamá le mecía hasta dormirlo: “y fueron felices y comieron perdices”.
Es verdad que en la vida real esa palabra la ha oído en determinadas y muy solemnes ocasiones: cuando ella o él, o los dos, se confunden por los nervios al otorgarse en matrimonio y trafulcan fidelidad por felicidad; un leve carraspeo anima al equivocado entre nervios y sonrisas a corregir lo dicho y repetirlo correctamente. Entre tanto, el público allí presente, familiares y allegados, comenta lo guapos que están ambos, y lo bien que se conjuntan.
¿Soy feliz? se pregunta. ¿Dónde está la felicidad? ¿Conozco a gente feliz? ¿Está la felicidad al alcance de la mano? ¿En qué consiste? ¿Es duradera?
Y como su formación desde que recuerda está totalmente imbuida de una cultura religiosa, y en concreto cristiana, se sorprende de que esa palabra, felicidad, no aparezca ni en boca de Jesús de Nazaret, ni en todo el Nuevo Testamento. Y hasta es posible que tampoco en el Antiguo. Sí hay unas palabrejas que parece que se le parecen: barukh y makarios, hebreo y griego respectivamente, que se refieren a dicha, bonanza, placidez, gozo… Pero ninguna de ellas es conjugable en primera persona, sería pretencioso.
Y el individuo de marras se pregunta si Moisés fue feliz en el cara a cara con Yahveh; si Jacob alcanzó la felicidad al derrotar al extraño aquel que le acosó de noche. Si Esaú logró ser feliz con un plato de lentejas. Si Adán y Eva fueron felices y luego no, o si fue al revés, y terminaron comiendo perdices. Si la muy anciana Ana fue feliz al encontrarse embarazada contra toda esperanza o simplemente se rió de su extraña situación. Igualmente se cuestiona si la abnegada Rut fue feliz negándose a sí misma al unirse a su suegra, o la felicidad la alcanzó con Booz, precisamente por su entrega y renuncia anterior. ¿Fue feliz Tobías cuando encontró a la que sería su esposa? Y si lo fue, ¿cuándo más, al casarse con ella civilmente o al hacerlo ante su Dios junto al lecho en la noche del encuentro? ¿Alcanzó David la felicidad al tirarse a Abigail o fue al expresar su arrepentimiento por el asesinato de un hombre bueno componiendo y entonando el “Miserere mei, Deus”?
¿Fue feliz Jesús?
Tras muchos años de lecturas de teólogos y biblistas de tronío, no ha encontrado nadie que le respondiera con toda claridad, que dijera siquiera alguna aproximación.
Y cuando María entona su canto de agradecimiento y alabanza, el Magnificat, ¿se está declarando feliz? O ¿la está proclamando como tal su prima Isabel cuando le dice “bendita tú entre todas las mujeres”?
Clivia miniata |
Y si picado por la curiosidad husmea en algunas partes, no se deja engañar con que los que rezan a Alá esperen la felicidad en el paraíso bebiendo hidromiel en el cráneo de sus enemigos ofrecido por huríes de ojos negros; ni que los budistas ansíen no pensar ni desear nada salvo mirarse eternamente el ombligo; ni que los sintoistas aguarden perderse para siempre en la naaaaaaaaada, hartos de un vida toda llena de bagatelas y fruslerías, que correr, correrán mucho, y también meterán mucho ruido, pero que no les libra de tsunamis ni terremotos. Que todo ello no sólo no es verdad, sino que es una deformación perversa e intencionada de esas religiones, como cuando dicen que el cielo cristiano es aburrido, y que lo divertido es precisamente lo contrario, el infierno.
Quercus ilex |
Spathiphyllum wallisii |
Encina o carrasca |
Y como no puede dejar esa pregunta en el aire, intenta, para terminar, responderla. ¿Fue feliz Jesús? Jesús fue feliz de experimentar a Dios como Abba. Tuvo el corazón repleto de amor recibido y no se lo quedó, lo repartió todo, todito, todo. Fue feliz al decir a las gentes cuánto las quería Dios, y deseó para ellas la misma felicidad que él tenía. Anunció el Reino de Dios del que no excluyó a nadie que lo quisiera y lo hiciera posible. Y, aunque suene duro, -más, terrible-, en sus últimas palabras “Padre, está cumplido” [que también se traduce por “Padre, a tus manos entrego mi espíritu”] está incluido su convencimiento de entrar en plenitud y definitivamente en Dios.
Y como el que esto escribe es cura, no puede sino terminar así: Amén.
Amén, amigo mío.
ResponderEliminarY eso que en castellano tenemos dos verbos para distinguir entre la esencia y la circunstancia, el ser y el estar. Ay de aquellos que no pueden distinguirlo en su lenguaje. Y, sin embargo, decimos: estar satisfecho, contento, alegre,... Pero, cuando nos ponemos exigentes, decimos: ser feliz. ¿Ser feliz? ¿No era un estado? ¿O es que en nuestra esencia está instalada la felicidad o su germen, pero no sabemos manejarlo? Quizá nos perdemos por las ramas y no vamos a la raíz donde justamente está la felicidad, si es que la felicidad es algo. Habláis los cristianos del Reino de Dios. Quizá porque de eso se trata, del Reino de Dios. Necesitamos dos piernas para caminar, pero nuestra esencia no es caminar; una boca para comer, pero nuestra esencia no está en la comida,... Hemos de caminar y hemos de comer, y hemos de trascenderlos. Hemos de habitar en el reino de los hombres, pero nuestra esencia es el Reino de Dios. Estamos pero somos. Yo creo que el día que aprendamos a no estar, aunque estemos, para ser, habremos descubierto la felicidad. Tu Reino de Dios.
Amen, pues. Beso.
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