La muerte trágica del cantautor Facundo Cabral me sumió en un silencio oneroso, que no pude compartir sino conmigo mismo a través de este blog. Así me levantó el día de la cama.
En la primera celebración, apenas llego me dicen “¿te avisaron de que Guadalupe falleció?” Me quedé de pura piedra. No porque no me avisaran, sino porque no me lo esperaba. Era muy anciana y estaba más que delicada, completamente irreparable. Noventa y seis años llevan a eso, a no tener vuelta de hoja. Y ella la tenía, la roja, desde hacía tiempo… pero nada hacía presagiar que fuera ahora el momento. Y lo fue precisamente el martes día 5.
Llego a la segunda y me asalta una señora. “Soy centroamericana, estoy aquí cuidando a mis nietos, porque sus padres están muy liados haciendo noséqué en España. He venido para cuidar de ellos. Pero hace mucho tiempo que no entro en una iglesia, ni quiero saber nada de nada, estoy muy dolida desde la muerte de Camilo Torres” -ahí es nada la fecha, como para calcular. La mujer me habla muy en plan bajo, en el mismo centro de la iglesia, según va entrando el personal, y casi no consigo entenderla. Pero tal parece que la forma de celebrar aquí, los cantos, los gestos y también las palabras la han devuelto a la esperanza. Está muy tocada por lo de Cabral, y yo percibo que me está requiriendo, sin decirlo, algún gesto, lo que sea, cualquier cosa excepto el silencio ominoso. Capto su intención y en el momento de la oración hago referencia a la palabra de los profetas de hoy, voceros de Dios, cuya palabra no está encadenada; Facundo Cabral está en la lista de los muchos que la expresan, y no han conseguido tacharlo ni acallarlo, porque ahí sigue oyéndose. No debemos cerrar los oídos, sino al contrario, abrirlos bien de par en par. Luego al salir, algunos me comentan que no se habían enterado de la noticia.
Por la tarde me acerco al hospital, pues tengo dos vecinos ingresados. Son habituales, por sus dolencias crónicas. Derio está sedado. Cojo su mano entre las mías, la noto cálida, suave, sin las durezas que tuvo otrora cuando trabajaba el mortero y el ladrillo. Está quieto quien no paraba, y silencioso. En esto último está como siempre, que él fue siempre de poco hablar. Tras un rato largo, me despido tal vez hasta siempre, aprovechando que entra una enfermera a manipular los aparatos.
Paso a la otra sala y al ver en el pasillo a los familiares de Petra me entero. Esta vez no ha habido despedida, porque cuando la visité en su casa el domingo pasado simplemente nos dijimos adiós, hasta la próxima. Y ahora ya no puedo decirla ¡hola! Petra, cómo estás.
No nos debe preocupar a los vivos la muerte, salvo cuando está ocasionada por nosotros mismos. Y ya dice mi paisano Fernando Suazo, nacionalizado guatemalteco, que hay muertes que dan vergüenza, pero otras producen indignación y cólera.
Ya digo: bendito sea el día de ayer que ya pasó
Cuanta sabiduría hay en tu mente...
ResponderEliminarSin embargo, todos los días son necesarios; también, el primero y el último.
ResponderEliminarFacundo visitará a su familia y a sus amigos no solo en invierno, nos visitará siempre, en cualquier momento, como Guadalupe, Derio, Ignacio, Petra.....
ResponderEliminarAbramos el corazón para sentirlos.
Besos