Ir por uvas

Esta tarde tuve un antojo y me acerqué a mis parras. Es lo que tienen los caprichos, que no piensan ni esperan. ¿Uvas ahora?
Haberlas haylas, pero de adorno. De modo que las contemplé. Observé que el azufre que eché en ellas está haciendo su labor. Que con la poda temprana que hice y el agua del cielo que nos han regalado están de un muy buen aspecto; engordan a un ritmo de vértigo.
Que aún es pronto; pero que, dios mediante y tolerante, dentro de un mes o poco más podré comer de postre estas uvas tan sabrosas.
De momento me conformo con mirarlas. Y puesto que tenía un ratejo libre, busqué algún texto que pudiera acompañarlas.
Eso es todo. ¡Eso es todo!






A pesar de que generalmente se piensa que la expresión significa hacer algo tontamente o equivocarse, la realidad es que el significado es el contrario: arriesgarse, poner todo el interés al emprender una acción. Se dice especialmente del torero que entra a matar con fuerza y con riesgo. «Allí nadie se atrevía a decir nada, pero yo me arriesgué, entré por uvas y dije todo lo que pensaba». La expresión es originaria de Andalucía, donde existían personas que, desde atalayas, vigilaban las viñas para que nadie entrara a robar uvas. Quien entraba por uvas corría, pues, un gran riesgo de ser descubierto y castigado.




Es voz común que a más del mediodía,
en ayunas la Zorra iba cazando;
halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Causábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras,
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
"No las quiero comer. No están maduras."
No por eso te muestres impaciente,
si se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica bien el cuento,
y di: No están maduras, frescamente.
(Fábulas. Libro IV, Fábula VI. Félix María Samaniego)




«En aquellos días no dirán más:
“Los padres comieron el agraz,
y los dientes de los hijos sufren la dentera”;
sino que cada uno por su culpa morirá:
quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera».
(Jeremías 31, 29–30)




Un día llamaron a la puerta de un convento, y abrió el hermano portero llamado Pedro. Éste vio con asombro que un hortelano de las tierras de al lado le entregaba un hermoso racimo de uvas tan grande que le causó admiración, diciéndole:
- «Hermano: te regalo este racimo de uvas en agradecimiento por la buena atención que me prestas cada vez que vengo al convento».
Sin pensarlo dos veces el hermano portero le dio las gracias por tan precioso regalo y le dijo que no tardarían mucho en dar cuenta de él.
Apenas salió el hortelano del convento, Pedro lavó el racimo y lo dejó escurrir en un clavo que había colgado en la pared, mirándolo con alegría por el gran festín que le esperaba.
En el convento, había un hermano enfermo que no gustaba de comer nada, debido a su enfermedad. Pedro pensó que sería una buena obra alegrarle el día a este enfermo y de paso llenarle el estómago, tan necesitado de alimento. Sin pensarlo mucho, descolgó el racimo de uvas y se fue a la enfermería a regalárselo.
El enfermo, al ver el racimo abrió los ojos sobresaltado al ver su gran tamaño, y el portero le dijo:
- «Hermano Matías, me han regalado este racimo, pero pensando en tu enfermedad y sabiendo que no te apetece comer nada, quizás estas uvas te abran el apetito».
El hermano Matías le agradeció de corazón que se hubiese acordado de él, diciéndole que si se moría le tendría muy presente cuando estuviera en el Cielo con Nuestro Señor.
Pedro buscó una fuente donde le colocó el racimo, para que fuera picando cuando gustara. Dejándolo solo, se fue para la portería pensando en la obra que había hecho por su hermano Matías.
El enfermo cogió el racimo como pudo e iba a dar buena cuenta de él, pero pensó que si lo dejaba haría un buen sacrificio para remisión de sus pecados y bien de su alma y decidió no comerlo y dárselo al hermano enfermero, que le atendía con tanta caridad y se desvivía por él por las noches.
Llamó al hermano enfermero y este pensó que le sucedía algo, por la insistencia en que le llamaba.
- «Hermano Esteban, me ha traído el hermano Pedro este racimo para que lo degustara pensando en mi enfermedad, pero pensé que, ya que no me entra nada en el estómago y pudiérase que me hiciera daño, he pensado que te lo comas tú, que te portas tan bien conmigo».
El Hermano Esteban insistía en que intentara comérselo, pero cuanto más insistía el enfermero más lo rechazaba el enfermo. Éste decidió comérselo en su celda dándole las gracias por tan precioso regalo. Y mientras caminaba hacia su celda, pensó que mejor que comérselo él, se lo daría al Hermano cocinero que bien se esmeraba para que todos lo frailes comieran lo poco que les llegaba de la huerta y de donativos.
Bajó a la cocina y encontrándose con Buenaventura el hermano cocinero y topándose de bruces con él y el racimo le dijo:
- «Mira lo que me han regalado, pero te lo regalo a ti, para que saborees estas uvas tan hermosas, como hermoso es tu corazón».
El hermano Buenaventura, quitándole importancia a lo que decía, le insistió en que se lo diera mejor al prior, ya que era tan responsable con la comunidad.
Y así fue pasando el racimo de hermano en hermano por todo el convento, hasta que llegó de nuevo a la portería, donde el hermano portero, extrañado y perplejo por el suceso decidió que no diera más vueltas el racimo de uvas, y ni corto ni perezoso se lo comió con tal gusto, que le pareció el racimo con las uvas más sabrosas que jamás hubiera comido.
Cuando miras por el bien de los demás y dejas lo tuyo para ayudar a otros, el Señor te lo devuelve colmado, y no el 20 ni el 30 sino el ciento por uno.
(El racimo de uvas
por José Soler.
Editado precedentemente por Javier López en su Web:
Web Católico de Javier, presente en Internet desde 1998)


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