El reloj de mi abuelo Marceliano


Es al único que conocí. Mi otro abuelo, Elías, murió antes de que yo naciera, así que nada puedo decir de él, salvo lo que me han contado. Pero de mi abuelo materno puedo decir bastante. Por ejemplo, que fui su nieto pequeño durante mucho, mucho tiempo. Luego fueron llegando los otros, hasta completar los diecisiete.

Como el más pequeño de la familia, nadie me tomaba en serio, pero todo el mundo me trataba con cariño. Fui un nieto feliz. Jugaban conmigo, me llevaban de paseo, tenía segura la propina los domingos y si alguien se me propasaba, ahí salía mi abuelo diciendo: ¡Alto ahí!, ¿no veis que es muy pequeño?

Me llevaban de caza, me bajaban a la huerta, me montaban a caballo, iba a recoger los huevos, llevaba la percha con las codornices, y cuando pasados de tiempo llegábamos a casa, mi abuela, manos en jarras gritaba: ¡Estáis tontos o qué! ¡Desde que salisteis con este niño han pasado más de siete horas y está sin comer! Se hacía silencio, todo el mundo bajaba la cabeza y nos sentábamos a la mesa.

A mi abuelo Marceliano sólo le conocí dos relojes. El último que tuvo, y que disfrutó bien poco, era de pulsera. Seguro que será para los nietos primogénitos, a sorteo o a empujones, ellos verán.

El otro era de bolsillo. Lo llevaba sujeto a un ojal del chaleco con una cadena y dentro de un bolsillo inferior del mismo, creo que en el izquierdo,



He recordado este detalle cuando esta mañana mi tía va y me lo da, diciendo que soy el más indicado para quedarme con él, que soy su vivo retrato; que los demás nietos estarán de acuerdo y ninguno va a decir nada.

Y de aturdido que me quedé no le di ni las gracias. Simplemente lo cogí y le di la cuerda hasta el final. Ni se movió. Tal vez tanto tiempo parado le ha venido mal.

Esta tarde, manipulándolo a mi estilo, he conseguido que empezara a hacer tic, tac, muy suavecito, y es ahora que sigue funcionando. Marca exactamente las doce y media pasadas.

Llevo más de cuatro horas más tocado del ala que un pato a la naranja. Y presumo que me runrunearán en la cabeza durante mucho tiempo aquellos apelativos cariñosos y familiares con que mi abuelo Marceliano me agasajaba: “¡Qué está haciendo el brazo fuerte!”, “¡de dónde viene el trabajador”, “¡qué dice la liebre!”…

No se inquiete el personal ni se apure; tengo sábanas suficientes.


4 comentarios:

  1. ¿Es el de la foto? pues es precioso y si no es supongo que también será precioso y para ti más. Oye, qué suerte que tu tía te lo haya dado ¿no?, claro al ser su nieto preferido seguro que ha decidido correctamente.

    Que lo disfrutes y babea lo que quieras porque la causa lo merece.

    Un beso

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  2. Julia, sí que lo es, y sigue funcionando. No fui nunca nieto preferido, sólo acerté a ser durante un tiempo el más pequeño de la familia. Y me vino muy bien.

    El reloj me ha tocado de pura chiripa, como otras cosas buenas que me han sucedido en la vida. Lo disfrutaré, por supuesto, pero babear ya no lo hago. Sólo, y en ocasiones, no puedo contener las lágrimas; no sé si son de ternura, de nostalgia, o de simple debilidad. Pero tampoco me importa. Cuando llegan, las dejo correr si no estoy demasiado expuesto ante la concurrencia.

    Dos besos, o más.

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  3. Qué tierno y lindo . Lo entiendo tan bien. No tuve la suerte de tener abuelos, pero soy abuela feliz. También yo he heredado un reloj certina, pero por la vía inversa, de mi hijo. También tengo guardada una entrada sobre la relación nieto-abuela, que publicaré en su momento.Y si te has hinchado a llorar de emoción por ese motivo tan sentimental, pues espero que lo hayas disfrutado y te haya dejado como nuevo. Un fuerte abrazo.

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  4. emejota, mi experiencia “abuelil” es muy pequeñita: duró, pero me pilló demasiado enano y casi no lo recuerdo. Luego fueron llegando muchos, y me fueron retirando de la escena. De todas maneras me queda el recuerdo de que cada vez que me miro al espejo es como si estuviera viendo a mi abuelo materno. ¿Estaré viviendo mi segunda vida? Voy a apurarla bien, por si no hay ninguna más. TBO

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