La homilía

No sé quién dijo: "Algunos hacen historia. La mayoría cumplimos años". Ni siquiera sé si se dijo alguna vez, pero no me gusta en absoluto. Pensar que esta historia grande en la que estamos inmersos es obra de algunas personalidades escogidas no se compagina ni se compadece con mi concepto de la dignidad de que estamos revestidos todos los seres humanos.
Es verdad que me abruma pensar que desde que dejé este colegio, (bueno, desde que lo dejamos todos nosotros), han pasado por aquí 44 generaciones de alumnos. Antes ya lo habían ocupado más de 75 (recordad que celebramos las bodas de diamante del colegio). Y a buen seguro que continuarán desfilando cientos de ellas después de ahora. Esto da una idea no muy aproximada de la pequeñez de cada uno de nosotros. Pero con ser tan mínima, ES. Nadie existe para nada, todos tenemos nuestra tarea y de todos depende que la humanidad progrese.
Tendremos oportunidad de escucharnos en el rato que vamos a pasar juntos y nos enteraremos de nuestras andanzas durante todo estos años pasados. Ahora me limitaré a comentar la Palabra de Dios para ayudarnos a participar en esta mesa redonda de la amistad que Jesús nos ofrece.
¿Quién era Abraham? ¿Quién era Mateo? ¿Qué era Israel? Humanamente, muy poquita cosa.
Abraham era jefe de una insignificante tribu nómada, que recorría el desierto con sus ganados.
Mateo era funcionario posiblemente corrupto a favor del imperio romano invasor; un pecador público a quien ningún judío piadoso quisiera tratar.
El pueblo de Israel ni siquiera era pueblo, sino un revoltijo de pequeñas tribus que recayeron en Egipto forzados por el hambre.
Dios los llamó para que fueran instrumentos suyos a favor de toda la humanidad. Como humanos que eran cumplieron con dudas y altibajos, pero cumplieron. Abraham es desde entonces nuestro padre en la fe; hasta San Pablo lo pone como modelo de situarse ante Dios con devoción y fiarse de Él: «Se persuadió de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le fue computado como justicia.»
En un momento que cada uno de nosotros sabrá situar en su historia personal, Dios también nos llamó para que nos fiáramos de Él y dejáramos que Él fuera tejiendo a través nuestro la urdimbre del Reino que había soñado en su amor hacia los seres humanos.
Cómo respondimos entonces, sólo Él puede valorarlo.
En todo caso, en este momento, sesentones todos pero con ganas renovadas de vivir y comunicar alegría, se nos ofrece la gracia de renovar nuestra respuesta a su llamada, y comprometernos de nuevo con su plan de amor. Dejemos que Él permanezca en nuestra vida, (o dejémosle entrar si es el caso), porque no se trata a su servicio de llevar a cabo grandes y maravillosas empresas, sino de tener un corazón misericordioso y rendirle culto en espíritu y verdad.

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