El día después

No vi el partido, porque me pongo muy alterado; pero lo seguí por mis vecinos que, con sus voces indicaban cómo iba todo. El gol sonó como un ejército en plena vorágine, presto a la batalla. Estaba preparando la cena y corrí al televisor; vi el gol de Torres. Precioso. Y eso que no entiendo nada de furbol.
Parece que ya tenemos equipo. Alegre, con desparpajo, joven, bullicioso, capaz de devolver al aficionado el entusiasmo por este deporte que interesa, de una manera o de otra, a todos, o casi.
Ahora que somos campeones duelen menos las hipotecas, la crisis, el parón en la construcción, la subida de precios, -qué subidón-; y por si fuera poco llegan las vacaciones…
En fin, el paraíso.
He dormido como un cesto, y después del paso con los politos me he metido con las parras, que estaban como un bosque; las he dejado bien ligeritas de ropa. El verano no va a ser un problema para ellas.
Estoy almorzando y en cuanto avíe la casa me voy a la piscina a disfrutar y relajarme.
Este diario que sólo me interesa a mí puede esperar hasta mañana, o hasta cuando me apetezca volver a escribir algo.
Ah, lo de Zapatero sí que es una maldad. Será gafe, pero tampoco hay que echárselo en cara de esa manera; ya son ganas de fastidiar.

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