CARTA
ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
ÍNDICE
«Laudato si', mi' Signore» [1-2]
Nada de
este mundo nos resulta indiferente [3-6]
Unidos
por una misma preocupación [7-9]
San
Francisco de Asís [10-12]
Mi
llamado [13-16]
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA [17-19]
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA [17-19]
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte [20-22]
El
clima como bien común [23-26]
II. La cuestión del agua
[27-31]
III. Perdida de biodiversidad
[32-42]
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación
social [43-47]
V. Inequidad planetaria
[48-52]
VI. La debilidad de las reacciones
[53-59]
VII. Diversidad de opiniones
[60-61]
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN [62]
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN [62]
I. La luz que ofrece la fe
[63-64]
II. La sabiduría de los relatos bíblicos [65-75]
III. El misterio del universo
[76-83]
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo
creado [84-88]
V. Una comunión universal
[89-92]
VI. Destino común de los bienes
[93-95]
VII. La mirada de Jesús [96-100]
CAPÍTULO TERCERO
REPENSAR LA ORIENTACIÓN DEL MUNDO [101]
REPENSAR LA ORIENTACIÓN DEL MUNDO [101]
I. La tecnología: creatividad y poder
[102-105]
II. Globalización del paradigma tecnocrático
[106-114]
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno [115-121]
3.1. El relativismo práctico [122-123]
3.2. Necesidad de preservar el trabajo [124-129]
3.3. Innovación biológica a partir de la investigación [130-136]
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA ATENTA A LA COMPLEJIDAD DE LA REALIDAD [137]
UNA ECOLOGÍA ATENTA A LA COMPLEJIDAD DE LA REALIDAD [137]
I. Ecología ambiental, económica y social
[138-142]
II. Ecología cultural
[143-146]
III. Ecología de la vida cotidiana
[147-155]
IV. El principio del bien común
[156-158]
V. Justicia entre las generaciones
[159-162]
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN [163]
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN [163]
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política
internacional [164-175]
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
[176-181]
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
[182-188]
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
[189-198]
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
[199-201]
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA [202]
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA [202]
I. Apostar por otro estilo de vida
[203-208]
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el
ambiente [209-215]
III. Conversión ecológica
[216-221]
IV. Gozo y paz [222-227]
V. Amor civil y político [228-232]
VI. Signos sacramentales y el descanso celebrativo
[233-237]
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
[238-240]
VIII. Reina de todo lo creado
[241-242]
IX. Mas allá del sol
[243-246]
Oración
interreligiosa por la tierra
Oración
cristiana con la creación
1. «Laudato si’, mi’ Signore» –
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico
nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual
compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus
brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual
nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y
hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el
daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes
que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios
y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos
somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro
propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que
nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta indiferente
3. Hace más de cincuenta años,
cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa
Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una
guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje Pacem in terris a todo el «mundo católico», pero agregaba «y a todos los
hombres de buena voluntad». Ahora, frente al deterioro ambiental global, quiero
dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación Evangelii gaudium,
escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un proceso de reforma
misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento especialmente entrar en
diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in terris, en
1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola
como una crisis, que es «una consecuencia dramática» de la actividad
descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la
naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez
víctima de esta degradación»[2].También habló a la FAO sobre la
posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la
civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio
radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos
científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el
crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó
de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió
que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente
natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y
consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al mismo tiempo hizo notar que se
pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6]. La destrucción del ambiente humano es
algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser humano, sino
que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas formas de
degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios
profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las
estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano posee un
carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe
prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser
y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de
transformar la realidad que tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la
base de la donación originaria de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI
renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones
de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el mundo no puede ser analizado
sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e
indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las
relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza
está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana»[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer
que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro
comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas.
Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que
no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la
libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una
libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es
espíritu y voluntad, pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a
tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos
somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad
nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación
comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino
que sólo nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas
recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre
estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia
Católica, otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones–
han desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos
temas que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero
recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé,
con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha
referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus
propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra
contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado
repetidamente de una manera firme y estimulante, invitándonos a reconocer los
pecados contra la creación: «Que los seres humanos destruyan la diversidad
biológica en la creación divina; que los seres humanos degraden la integridad
de la tierra y contribuyan al cambio climático, desnudando la tierra de sus
bosques naturales o destruyendo sus zonas húmedas; que los seres humanos
contaminen las aguas, el suelo, el aire. Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza
es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé
llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas
ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino
en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los
síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la
generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que
«significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de
pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos, además, estamos
llamados a «aceptar el mundo como sacramento de comunión, como modo de
compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra humilde
convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle
contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el
último grano de polvo de nuestro planeta»[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta
encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre
como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma.
Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil
y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo
patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado
también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular
hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico
y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios,
con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué
punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los
pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra
también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que
trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con
la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona,
cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción
era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en
comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a
alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era mucho más que una
valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier
criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía
llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él
que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las
cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el
dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser
despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las
opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la
naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya
no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación
con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del
mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses
inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe,
la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la
austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo
más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de
dominio.
12. Por otra parte, san
Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un
espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y
de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se
conoce por analogía al autor» (Sb 13,5),
y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a
través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara
una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres,
de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios,
autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a
resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de
proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás
en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo
reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores
de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la
casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor
para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las
vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se
preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar
en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente
a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del
planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío
ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a
todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino,
y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la
concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones
concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de
los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes
que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la
negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza
ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva.
Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la
implicación de todos para reparar el
daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como
instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura,
su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta
encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la
actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la
investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se
desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre
sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión
quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional.
Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee
su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una
nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto
ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por
ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la
convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo
paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a
buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de
cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates
sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y
local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos
temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y
enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA CASA
17. Las reflexiones teológicas
o filosóficas sobre la situación de la humanidad y del mundo pueden sonar a
mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de una
confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la
historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la fe aporta nuevas
motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte, propongo
detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a nuestra casa común.
18. A la continua aceleración
de los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de
ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el
cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las
acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la
evolución biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese
cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un
desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se
vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad
de vida de gran parte de la humanidad.
19. Después de un tiempo de
confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la
sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una
creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza,
y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con
nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será ciertamente incompleto, por
aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no podemos esconder
debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger información o saciar nuestra
curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en
sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la
contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y cambio climático
Contaminación, basura y cultura del descarte
20. Existen formas de
contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La exposición a los
contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la
salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes
prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados
niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o
para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al
transporte, al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que
contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes,
insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La
tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los
problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples
relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema
creando otros.
21. Hay que considerar también
la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos
presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas
de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios
y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e
industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra
casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. En
muchos lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes de otros tiempos,
que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales como los
productos químicos utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir un
efecto de bioacumulación en los organismos de los pobladores de zonas cercanas,
que ocurre aun cuando el nivel de presencia de un elemento tóxico en un lugar
sea bajo. Muchas veces se toman medidas sólo cuando se han producido efectos
irreversibles para la salud de las personas.
22. Estos problemas están
íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres
humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.
Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se
desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los
ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros,
que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al
final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de
absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un
modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no
renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la
cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos
que los avances en este sentido son todavía muy escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común,
de todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con
muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico
muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante
calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento
ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es
difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos, más
allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a cada
fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la
necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo,
para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo
producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las
variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero
numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento
global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de
efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros)
emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al concentrarse en la
atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra
se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por el patrón de
desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que hace al
corazón del sistema energético mundial. También ha incidido el aumento en la
práctica del cambio de usos del suelo, principalmente la deforestación para
agricultura.
24. A su vez, el calentamiento
tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que agrava
aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos
imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola de las
zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad del
planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura
amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de
la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de
anhídrido carbónico. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las
cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación que
produce el anhídrido carbónico aumenta la acidez de los océanos y compromete la
cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría
ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin
precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros.
El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de
extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la población
mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un
problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales
para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas
décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares
particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y
sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de
los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos
forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les
permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones
catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por
ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de animales y vegetales que
no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos productivos de
los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con gran incertidumbre
por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el aumento de los
migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no
son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el
peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna. Lamentablemente,
hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden ahora mismo en
distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos dramas de
nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de
responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad
civil.
26. Muchos de aquellos que
tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre
todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de
reducir algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas
indican que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los
actuales modelos de producción y de consumo. Por eso se ha vuelto urgente e
imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión
de anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes sea reducida
drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles
y desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo
de acceso a energías limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar
tecnologías adecuadas de acumulación. Sin embargo, en algunos países se han
dado avances que comienzan a ser significativos, aunque estén lejos de lograr
una proporción importante. También ha habido algunas inversiones en formas de
producción y de transporte que consumen menos energía y requieren menos
cantidad de materia prima, así como en formas de construcción o de saneamiento
de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas prácticas
están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la
situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos naturales.
Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los
países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde
el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado
ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el
problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia
representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable para la
vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Las
fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e
industriales. La provisión de agua permaneció relativamente constante durante
mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta
sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término. Grandes ciudades
que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua, sufren períodos
de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se administra
siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua
social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la población no
acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan la producción
de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y al mismo
tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente
serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca
muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes enfermedades
relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y por
sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios
higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de
sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas subterráneas en muchos lugares
están amenazadas por la contaminación que producen algunas actividades
extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay una
reglamentación y controles suficientes. No pensemos solamente en los vertidos
de las fábricas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la población
en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora
constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la
tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se
regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico,
fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y
por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al
agua potable, porque eso es negarles el
derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda
en parte con más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a
los pueblos más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países
desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes
reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión
educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas
conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua
provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos productos que
dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la posibilidad de
sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con
urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de personas,
pero es previsible que el control del agua por parte de grandes empresas
mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos de este
siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra
también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la
economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques
implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el
futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino
también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios. Las
diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver
en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las
distintas especies sólo como eventuales «recursos» explotables, olvidando que tienen
un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales y
animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver,
perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen
que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no
darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje.
No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta
saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad.
Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los
hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable
variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar
desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el
equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza el
impacto ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los efectos en el
suelo, en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso
sobre el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o
de grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia. Las carreteras,
los nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras construcciones van
tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las
poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo
que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen alternativas que al
menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores
biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su
forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el consiguiente
desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los
ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando
sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente
su preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido
egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener.
En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos hablando
de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos mudos de
gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios
haciendo pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos
de la degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado
en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la tierra y en los
océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar su fisonomía
o alterar su constitución original. En el cuidado de la biodiversidad, los
especialistas insisten en la necesidad de poner especial atención a las zonas
más ricas en variedad de especies, en especies endémicas, poco frecuentes o con
menor grado de protección efectiva. Hay lugares que requieren un cuidado
particular por su enorme importancia para el ecosistema mundial, o que
constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo,
esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la
cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora
la importancia de esos lugares para la totalidad del planeta y para el futuro
de la humanidad. Los ecosistemas de las selvas tropicales tienen una
biodiversidad con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer
integralmente, pero cuando esas selvas son quemadas o arrasadas para
desarrollar cultivos, en pocos años se pierden innumerables especies, cuando no
se convierten en áridos desiertos. Sin embargo, un delicado equilibrio se
impone a la hora de hablar sobre estos lugares, porque tampoco se pueden
ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el pretexto
de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales. De hecho,
existen «propuestas de internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a
los intereses económicos de las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable la tarea de organismos
internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las
poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de
presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de
preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a
intereses espurios locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora
silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son monocultivos,
tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede afectar
gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas especies que
se implantan. También los humedales, que son transformados en terreno de
cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas zonas
costeras, es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos por
manglares.
40. Los océanos no sólo
contienen la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte de
la vasta variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos para
nosotros y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los ríos,
lagos, mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial, se
ve afectada por el descontrol en la extracción de los recursos pesqueros, que
provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía siguen
desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte de las
especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos que no
tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un
componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales
dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares
tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que equivalen a
las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un millón de
especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas
de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en un continuo
estado de declinación: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en
cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[25]. Este fenómeno se debe en gran parte a
la contaminación que llega al mar como resultado de la deforestación, de los
monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de métodos destructivos
de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y dinamita. Se agrava por el
aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto nos ayuda a darnos cuenta
de que cualquier acción sobre la naturaleza puede tener consecuencias que no
advertimos a simple vista, y que ciertas formas de explotación de recursos se
hacen a costa de una degradación que finalmente llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario invertir mucho
más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y
analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier
modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están
conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los
seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una responsabilidad
en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un cuidadoso
inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar programas y
estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las especies en
vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el
ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a
ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de
considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de
desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo,
el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho
insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las
emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte
y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras
ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan
sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin
espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir
cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del
contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales
y urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos
a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean
urbanizaciones «ecológicas» sólo al servicio de unos pocos, donde se procura
evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele
encontrarse una ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en
algunas áreas «seguras», pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los
descartables de la sociedad.
46. Entre los componentes
sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de algunas innovaciones
tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el
consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el
crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad
social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes,
la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que el
crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos
un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida. Algunos de
estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera degradación social,
de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social.
47. A esto se agregan las
dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten en
omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente,
de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del
pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio
del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que
esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no
en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de
la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se
consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando,
en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse
las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por
un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o
eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo
tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y pantallas
que con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten que nos
comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces
también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con
la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por eso no
debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos
productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las
relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el
ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la
degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con
la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la
sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la
experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica
demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los
sufre la gente más pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de las
reservas ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca
artesanal y no tienen cómo reemplazarla, la contaminación del agua afecta
particularmente a los más pobres que no tienen posibilidad de comprar agua
envasada, y la elevación del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones
costeras empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El impacto de los
desajustes actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos
pobres, en los conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros
problemas que no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no
suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los
excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas.
Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero
frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una
cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no
se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación
concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que
muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros
de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar
contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de
un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de
la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces
favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la
conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces
convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte
siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las
discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los
problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo
a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a
los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas
de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución
de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y
al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico
es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario»[28]. Culpar al aumento de la población y no
al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los
problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una
minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería
imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los
residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se desperdicia
aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el alimento que
se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[29]. De cualquier manera, es cierto que hay
que prestar atención al desequilibrio en la distribución de la población sobre
el territorio, tanto en el nivel nacional como en el global, porque el aumento
del consumo llevaría a situaciones regionales complejas, por las combinaciones
de problemas ligados a la contaminación ambiental, al transporte, al
tratamiento de residuos, a la pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo
a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales. Porque hay una verdadera «deuda ecológica»,
particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios
comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso
desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos
países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los
mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la
contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la
del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo
el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante
dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países del
mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos
tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en
África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en
el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países
menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan
capital: «Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son
multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los
países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo
mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de
desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera,
siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente
y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada,
pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus
necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y
de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países
desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante
el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más
necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las regiones
y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos en
orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para
desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos. Por eso, hay
que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como
dijeron los Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en
las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado
por intereses más poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia de
que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o
sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para
la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las reacciones
53. Estas situaciones provocan
el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del
mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y
lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero estamos
llamados a ser los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo
que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud. El
problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar
esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando
atender las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin
perjudicar a las generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema
normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los
ecosistemas, antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma
tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la
libertad y la justicia.
54. Llama la atención la
debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política
ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres
mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy
fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a
manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En esta línea, el
Documento de Aparecida reclama que
«en las intervenciones sobre los recursos naturales no predominen los intereses
de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre la economía y la
tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses
inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales,
acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia
el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia
provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países
pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles más eficientes y
una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en
las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de
consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que
sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y
de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un
beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara
desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes
económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una
especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo
contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se manifiesta
que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente
unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones inmorales,
porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad
de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea frágil,
como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que, ante el
agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para
nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra
siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las
poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares
y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de que determinados acuerdos
internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de
hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas
armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere de la política una mayor
atención para prevenir y resolver las causas que puedan originar nuevos
conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a
este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener amplitud de miras. ¿Para
qué se quiere preservar hoy un poder que será recordado por su incapacidad de
intervenir cuando era urgente y necesario hacerlo?
58. En algunos países hay
ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la purificación de
algunos ríos que han estado contaminados durante muchas décadas, o la
recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras
de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o
avances en la producción de energía no contaminante, en la mejora del
transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas globales, pero
confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente. Como
ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos
de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una
ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una
alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que
requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está
ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos
visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan
graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales
condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros
estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se
las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no
verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes,
actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se
han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la
situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos sostienen a toda
costa el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán
simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni
cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con
cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al
ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e
impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería
identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de
solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo hacia
respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones
concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y
entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos,
respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con
sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La
esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre
podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los
problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a
causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se
manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o
incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni
explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo
y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos
dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las
regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha
defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este
documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo referido
a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y del
pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la consideran
irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la riqueza
que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un
desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone que constituyen una
subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en
un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la
complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer
que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y
transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas
culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la
espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita
sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y
ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con
su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el
pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas síntesis entre la fe
y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede
constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que está
llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien
esta encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos caminos de
liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe
ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes
motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más
frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el
ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que
su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el
Creador, forman parte de su fe»[36]. Por eso, es un bien para la humanidad y
para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos
que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera
teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos
bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera
narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye
la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que
«Dios vio todo lo que había hecho y era muy
bueno» (Gn 1,31). La Biblia
enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de
Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación
nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que «no es solamente
algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y
entrar en comunión con otras personas»[37]. San Juan Pablo II recordó que el amor
especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad
infinita[38]. Quienes se empeñan en la defensa de la
dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los argumentos más
profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que la vida de cada
persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo regido por la pura
casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El Creador puede decir a
cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno de tu madre, yo te
conocía» (Jr 1,5). Fuimos concebidos
en el corazón de Dios, y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un
pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada
uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación
en el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo,
profundas enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas
narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones
fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y
con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no
sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado.
La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por
haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como
criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de «dominar» la
tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y
cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como
resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la
naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es significativo que la armonía que vivía san
Francisco de Asís con todas las criaturas haya sido interpretada como una
sanación de aquella ruptura. Decía san Buenaventura que, por la reconciliación
universal con todas las criaturas, de algún modo Francisco retornaba al estado
de inocencia primitiva[40]. Lejos de ese modelo, hoy el pecado se
manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas
formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a
la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra
nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada
al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis
que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28),
se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen
del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta
interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que
algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras,
hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios
y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las
demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una
hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín
del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras
«labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger,
custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de
reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad
puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero
también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su
fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es
del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece
«la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14).
Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede
venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y
huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23).
68. Esta responsabilidad ante
una tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia,
respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres
de este mundo, porque «él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre,
por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará» (Sal 148,5b-6). De ahí que la legislación bíblica se detenga a
proponer al ser humano varias normas, no sólo en relación con los demás seres
humanos, sino también en relación con los demás seres vivos: «Si ves caído en
el camino el asno o el buey de tu hermano, no te desentenderás de ellos […]
Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un árbol o sobre la tierra, y
esté la madre echada sobre los pichones o sobre los huevos, no tomarás a la
madre con los hijos» (Dt 22,4.6). En
esta línea, el descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano,
sino también «para que reposen tu buey y tu asno» (Ex 23,12). De este modo advertimos que la Biblia no da lugar a un
antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer
un uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás
seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo
bendicen y le dan gloria»[41], porque el Señor se regocija en sus
obras (cf. Sal 104,31). Precisamente
por su dignidad única y por estar dotado de inteligencia, el ser humano está
llamado a respetar lo creado con sus leyes internas, ya que «por la sabiduría
el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19).
Hoy la Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente
subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas
y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de
Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad
del ser sobre el ser útiles»[42]. El Catecismo cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería
un antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee su bondad y su perfección
propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada
una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad infinitas de Dios. Por
esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín
y Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la injusticia extrema
con su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y
Dios y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume
en la dramática conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está
Abel, tu hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué
hiciste? ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo! Ahora
serás maldito y te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y mantener una
relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del cuidado y de
la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los demás, con
Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas, cuando la
justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la vida está en
peligro. Esto es lo que nos enseña la narración sobre Noé, cuando Dios amenaza
con exterminar la humanidad por su constante incapacidad de vivir a la altura
de las exigencias de la justicia y de la paz: «He decidido acabar con todos los
seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de violencia» (Gn 6,13). En estos relatos tan antiguos,
cargados de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que
todo está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de
nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la
justicia y la fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad se
extendía sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5)
y a Dios «le pesó haber creado al hombre en la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba
íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad
la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya
esperanza! La tradición bíblica establece claramente que esta rehabilitación
implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la
naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del
Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios
ordenó a Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso,
un Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23;
20,10). Por otra parte, también se instauró un año sabático para Israel y su
tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4),
durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo
se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv 25,4-6). Finalmente, pasadas siete
semanas de años, es decir, cuarenta y nueve años, se celebraba el Jubileo, año
de perdón universal y «de liberación para todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta
legislación trató de asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del
ser humano con los demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo
tiempo era un reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos
pertenece a todo el pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio
tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los
huérfanos y los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la
última orilla de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No
rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para
el pobre y el forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia
invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que asentó la tierra sobre
las aguas, porque es eterno su amor» (Sal
136,6). Pero también invitan a las demás criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo,
sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes, alabadlo, cielos de los cielos,
aguas que estáis sobre los cielos! Alaben ellos el nombre del Señor, porque él
lo ordenó y fueron creados» (Sal 148,3-5).
Existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso
lo adoramos.
73. Los escritos de los
profetas invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles contemplando
al Dios poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios no nos lleva a
escapar de su ternura paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor.
De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor
divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder. En la Biblia, el
Dios que libera y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos modos
divinos de actuar están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor!
Tú eres quien hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo.
Nada es extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con
señales y prodigios» (Jr 32,17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador
de la tierra hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su
inteligencia. Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la
energía» (Is 40,28b-29).
74. La experiencia de la
cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para
exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su situación
desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución, cuando el
Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a
encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el universo de la nada, puede también
intervenir en este mundo y vencer cualquier forma de mal. Entonces, la
injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una espiritualidad
que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese modo, terminaríamos adorando
otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor, hasta
pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer límites. La mejor
manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser
un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre
creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá
siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición
judío-cristiana, decir «creación» es más que decir naturaleza, porque tiene que
ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un
significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza,
comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que
surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el
amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor
fueron hechos los cielos» (Sal 33,6).
Así se nos indica que el mundo procedió de una decisión, no del caos o la
casualidad, lo cual lo enaltece todavía más. Hay una opción libre expresada en
la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia
arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La
creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo
lo creado: «Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste,
porque, si algo odiaras, no lo habrías creado» (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del
Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más
insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él
lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la
bondad sin envidia»[44], y Dante Alighieri hablaba del «amor que
mueve el sol y las estrellas»[45]. Por eso, de las obras creadas se
asciende «hasta su misericordia amorosa»[46].
78. Al mismo tiempo, el
pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla
por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino. De esa
manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la
naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser
humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades
para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la
fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador
nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso
material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía
su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos
orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo,
conformado por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con otros,
podemos descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a
pensar también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de
la cual se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido y la belleza
misteriosa de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su aporte
inteligente hacia una evolución positiva, pero también puede agregar nuevos
males, nuevas causas de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la
apasionante y dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue
de liberación, crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de
mutua destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el
deber de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo «debe proteger sobre
todo al hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios, que
quiere actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz
de sacar algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu
Santo posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a
desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables»[48]. Él, de algún modo, quiso
limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde muchas
cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de sufrimiento, en
realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a colaborar con el
Creador[49]. Él está presente en lo más íntimo de
cada cosa sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar
a la legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina, que asegura la
permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la acción
creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo
con virtualidades que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar
siempre algo nuevo: «La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto
arte, concretamente el arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las
cosas mismas se mueven hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor
de barcos pudiera otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar
la forma del barco»[52].
81. El ser humano, si bien
supone también procesos evolutivos, implica una novedad no explicable
plenamente por la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de nosotros
tiene en sí una identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y
con el mismo Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad,
la interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas
muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico. La
novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del
universo material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la
vida y a la relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos,
consideramos al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la
categoría de objeto.
82. Pero también sería
equivocado pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros
objetos sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una
visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto
también tiene serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la
arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias
y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser
del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El
ideal de armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está
en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los
poderes de su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores
absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros,
sino que el que quiera ser grande sea el servidor» (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del
universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo
resucitado, eje de la maduración universal[53]. Así agregamos un argumento más para
rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las demás
criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas
avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que
es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina
todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la
plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir
que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar que
cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo
material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia
nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia
de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico
que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la
memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en
una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a
recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro
precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo»[54]. Bien expresaron los Obispos de Canadá
que ninguna criatura queda fuera de esta manifestación de Dios: «Desde los
panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la naturaleza es un
continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es, además, una continua
revelación de lo divino»[55]. Los Obispos de Japón, por su parte,
dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada criatura cantando el himno de su
existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos
permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere
transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar
un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa»[57]. Podemos decir que, «junto a la
Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una
manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención a esa manifestación,
el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás
criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia
sacralidad al intentar descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del universo,
con sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios.
Santo Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la variedad
provienen «de la intención del primer agente», que quiso que «lo que falta a
cada cosa para representar la bondad divina fuera suplido por las otras»[60], porque su bondad «no puede ser
representada convenientemente por una sola criatura»[61]. Por eso, nosotros necesitamos captar la
variedad de las cosas en sus múltiples relaciones[62]. Entonces, se entiende mejor la
importancia y el sentido de cualquier criatura si se la contempla en el
conjunto del proyecto de Dios. Así lo enseña el Catecismo: «La interdependencia
de las criaturas es querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la
florecilla, el águila y el gorrión, las innumerables diversidades y
desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no
existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse
mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos conciencia
del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón experimenta el
deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se
expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor,
de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las formaste claras y preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento
y por el aire, y la nube y el cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso, y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han
remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su
presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una
relación con él[65]. El descubrimiento de esta presencia
estimula en nosotros el desarrollo de las «virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto, no olvidamos
que también existe una distancia infinita, que las cosas de este mundo no
poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos un bien a las
criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar, y
terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden
dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo
no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la
vida» (Sb 11,26). Esto provoca la
convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del
universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de
familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado,
cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al
mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad
para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una
mutilación»[67].
90. Esto no significa igualar a
todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica
al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización
de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su
fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por
escapar de la realidad que nos interpela[68]. A veces se advierte una obsesión por
negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por
otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los
seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean
tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las
enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que
unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se
arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación,
mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan
vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de
desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos
admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si
hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un
sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo
tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres
humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de
animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante
la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a
otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha
por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios
por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos
que perdonan por tu amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una
preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a
un constante compromiso ante los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el
corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie
está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la
indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre
terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos.
El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no
tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento
con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos considerarnos grandes amantes
si excluimos de nuestros intereses alguna parte de la realidad: «Paz, justicia
y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no
podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente
en el reduccionismo»[70]. Todo está relacionado, y todos los
seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación,
entrelazados por el amor que Dios tiene a cada una de sus criaturas y que nos
une también, con tierno cariño, al hermano sol, a la hermana luna, al hermano
río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes
estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos
frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una
cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por
consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que
tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio
de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes
y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del
comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento
ético-social»[71]. La tradición cristiana nunca reconoció
como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la
función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II
recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a
todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó
que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no
respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos
y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda claridad explicó que «la
Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña
con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una
hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios
les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es conforme
con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan
sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos
injustos de una parte de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre tienen
igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos
y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene
consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo
campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda
establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener
seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su
ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título
de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente es un
bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos.
Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo
hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los
otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el
mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial
consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras
generaciones lo que necesitan para sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica
en el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre (cf. Mt 11,25). En los diálogos con sus
discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación paterna que Dios tiene
con todas las criaturas, y les recordaba con una conmovedora ternura cómo cada
una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se venden cinco pajarillos por dos
monedas? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni cosechan, y no
tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta» (Mt 6,26).
97. El Señor podía invitar a
otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él mismo estaba
en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de
cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía a
contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos a
reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y mirad los
campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El reino de los cielos es como una semilla de mostaza
que un hombre siembra en su campo. Es más pequeña que cualquier semilla, pero
cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía
plena con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que hasta el
viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27).
No aparecía como un asceta separado del mundo o enemigo de las cosas agradables
de la vida. Refiriéndose a sí mismo expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que
come y bebe, y dicen que es un comilón y borracho» (Mt 11,19). Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el
cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos
malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores
cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús
trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por
Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la
mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla
que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el carpintero, el hijo de
María?» (Mc 6,3). Así santificó el
trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo
II enseñaba que, «soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo
crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios
en la redención de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión
cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio
de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue
creado por él y para él» (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de Juan
(1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por
su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos
creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo,
pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera
de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar
su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no
sólo nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y amable con
todo el mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda
la creación con su señorío universal: «Dios quiso que en él residiera toda la
Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en
el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20). Esto nos proyecta al final de los tiempos, cuando el
Hijo entregue al Padre todas las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas
de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural,
porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de
plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con
sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir
los síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un
modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice
la realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta
reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante
y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y poder
102. La humanidad ha ingresado
en una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una encrucijada.
Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor,
el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las
industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente,
la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías.
Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias
posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia y la
tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por
Dios»[81]. La modificación de la naturaleza con
fines útiles es una característica de la humanidad desde sus inicios, y así la
técnica «expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de
ciertos condicionamientos materiales»[82]. La tecnología ha remediado innumerables
males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de
agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y
las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de muchos
científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un desarrollo
sostenible?
103. La tecnociencia bien
orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas para mejorar la
calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes
medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de
producir lo bello y de hacer «saltar» al ser humano inmerso en el mundo
material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión, o de
algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y musicales logradas con la
utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza
del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una
cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar
que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de
nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo
poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder
económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la
humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí
misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera
el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en
pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo,
por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza
de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental
cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto
poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la
humanidad.
105. Se tiende a creer «que
todo incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de
seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los
valores»[83], como si la realidad, el bien y la
verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El
hecho es que «el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con
acierto»[84], porque el inmenso crecimiento
tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en
responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a desarrollar una
escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la
humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la
posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente» cuando
no está «sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a
los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano no es plenamente
autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las fuerzas ciegas del
inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de la violencia. En
ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder, que sigue
creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer de
mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética sólida,
una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo contengan en una
lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma tecnocrático
106. El problema fundamental es
otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la
tecnología y su desarrollo junto con un
paradigma homogéneo y unidimensional. En él se destaca un concepto del
sujeto que progresivamente, en el proceso lógico-racional, abarca y así posee
el objeto que se halla afuera. Ese sujeto se despliega en el establecimiento
del método científico con su experimentación, que ya es explícitamente técnica
de posesión, dominio y transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a
lo informe totalmente disponible para su manipulación. La intervención humana
en la naturaleza siempre ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la
característica de acompañar, de plegarse a las posibilidades que ofrecen las
cosas mismas. Se trataba de recibir lo que la realidad natural de suyo permite,
como tendiendo la mano. En cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo
posible de las cosas por la imposición de la mano humana, que tiende a ignorar
u olvidar la realidad misma de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y
las cosas han dejado de tenderse amigablemente la mano para pasar a estar
enfrentados. De aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o
ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.
Supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que
lleva a «estrujarlo» hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso
de que «existe una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que
su regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las
manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces
que, en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante todo la
tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los objetivos
de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las
personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de
este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en la degradación
del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo que afecta a la
vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los
objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que
termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales
en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas
elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones
acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea
posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un
mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan
dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía
es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir
un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes
de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De
hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su
férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no
se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el
sentido más extremo de la palabra»[87]. Por eso «intenta controlar tanto los
elementos de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad de decisión, la libertad
más genuina y el espacio para la creatividad alternativa de los individuos se
ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático
también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La
economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar
atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas
ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis
financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro
ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía actual y la
tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria
en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una
cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino
de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo
afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles
una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un
cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.
Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es
suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano
integral y la inclusión social[89]. Mientras tanto, tenemos un
«superdesarrollo derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable
con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora»[90], y no se elaboran con suficiente
celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más
pobres acceder de manera regular a los recursos básicos. No se termina de
advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes, que
tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social
del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia
de la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La
fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones
concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las
relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio, que se vuelve
irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para resolver los
problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los
pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo tipo de
intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos,
necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento en las
demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero este es
un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden reconocerse
verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse a
las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como el principal
recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta que nos
interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la degradación
del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de la
convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la idea»[91].
111. La cultura ecológica no se
puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas
que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de
las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta,
un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una
espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma
tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden
terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio
técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad
están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del
sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible
volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando
comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los
problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo
bello y su contemplación logran superar el poder objetivante en una suerte de
salvación que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La
auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio
de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se
filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo,
brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente
ya no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un mañana mejor
a partir de las condiciones actuales del mundo y de las capacidades técnicas.
Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al
avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos
fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando
a las posibilidades que ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado
profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad
que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil
detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja
el espíritu de una época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el
espíritu de la técnica globalizada, donde la permanente novedad de los
productos se une a un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no
renunciemos a preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro
modo, sólo legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos
para soportar el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos
pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La
ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el
comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y
pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de
las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la
realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la
vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno
megalómano.
III. Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo
moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la
realidad, porque este ser humano «ni siente la naturaleza como norma válida, ni
menos aún como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como
lugar y objeto de una tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo
que con ello suceda»[92]. De ese modo, se debilita el valor que
tiene el mundo en sí mismo. Pero si el ser humano no redescubre su verdadero
lugar, se entiende mal a sí mismo y termina contradiciendo su propia realidad:
«No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla
respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido
dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe
respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad hubo una
gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando toda
referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso ha
llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites
que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y
social más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la antropología
cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre la relación
del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de
dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la
naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de interpretar el
concepto del ser humano como «señor» del universo consiste en entenderlo como
administrador responsable[94].
117. La falta de preocupación
por medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es
sólo el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la
naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en
la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona
con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán
los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se
declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma
base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con
ello provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118. Esta situación nos lleva a
una constante esquizofrenia, que va de la exaltación tecnocrática que no
reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la reacción de negar todo
valor peculiar al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad. No
habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay
ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada
sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un
determinismo físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la
conciencia de la responsabilidad»[96]. Un antropocentrismo desviado no
necesariamente debe dar paso a un «biocentrismo», porque eso implicaría
incorporar un nuevo desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino que
añadirá otros. No puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al
mundo si no se reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares
de conocimiento, voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La crítica al
antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo plano el valor
de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una eclosión o
una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la
modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el
ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el
pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por encima
de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así
provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz de conocer,
amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso,
para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la
dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su
apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante encierro
en la inmanencia.
120. Dado que todo está
relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a
los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no
se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una
nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la
vida social»[97].
121. Está pendiente el
desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos
siglos. El mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de
verdad que recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el
diálogo con las nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna
novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo
desviado da lugar a un estilo de vida desviado. En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium me referí al relativismo
práctico que caracteriza nuestra época, y que es «todavía más peligroso que el
doctrinal»[99]. Cuando el ser humano se coloca a sí
mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias
circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar
la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la
adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este relativismo
donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses
inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan
mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación
ambiental y la degradación social.
123. La cultura del relativismo
es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a
tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola en
esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación
sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los
propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: «Dejemos que las
fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre
la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables». Si no hay verdades
objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los propios
proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la trata
de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el comercio de
diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de extinción? ¿No es
la misma lógica relativista la que justifica la compra de órganos a los pobres
con el fin de venderlos o de utilizarlos para experimentación, o el descarte de
niños porque no responden al deseo de sus padres? Es la misma lógica del «usa y
tira», que genera tantos residuos sólo por el deseo desordenado de consumir más
de lo que realmente se necesita. Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos
o la fuerza de la ley serán suficientes para evitar los comportamientos que
afectan al ambiente, porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se
reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las
leyes sólo se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a
evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre
una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable
incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo
II en su encíclica Laborem exercens.
Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser
humano en el jardín recién creado (cf. Gn
2,15) no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar
sobre ello de manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos
«aseguran la creación eterna» (Si 38,34).
En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo
creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como
instrumento de Dios para ayudar a brotar las potencialidades que él mismo
colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no
las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar
cuáles son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea,
emerge la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos
sobre la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el
sentido y la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo
del trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que
implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un
informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de
trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe
establecer con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la
admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de
Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo,
como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus
discípulos.
126. Recojamos también algo de
la larga tradición del monacato. Al comienzo favorecía en cierto modo la fuga
del mundo, intentando escapar de la decadencia urbana. Por eso, los monjes
buscaban el desierto, convencidos de que era el lugar adecuado para reconocer
la presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus
monjes vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura con el trabajo
manual (ora et labora). Esta
introducción del trabajo manual impregnado de sentido espiritual fue
revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la santificación en la
compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa manera de vivir el
trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del ambiente, impregna de sana
sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es
el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»[100]. No obstante, cuando en el ser humano
se daña la capacidad de contemplar y de respetar, se crean las condiciones para
que el sentido del trabajo se desfigure[101]. Conviene recordar siempre que el ser
humano es «capaz de ser por sí mismo agente responsable de su mejora material,
de su progreso moral y de su desarrollo espiritual»[102]. El trabajo debería ser el ámbito de
este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones
de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de
capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una
actitud de adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá
de los intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad
económica, es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos»[103].
128. Estamos llamados al
trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico
reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a
sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta
tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal.
En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la
economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de
producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se
reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede
volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de trabajo «tiene
también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste
del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones de confianza,
fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia
civil»[104]. En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes económicos y las
disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos»[105]. Dejar de invertir en las personas para
obtener un mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo
posible dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad
productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de
sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la
mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del
territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas
agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las
economías de escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a
los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos
tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de
producción más diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de
conectarse con los mercados regionales y globales o porque la infraestructura
de venta y de transporte está al servicio de las grandes empresas. Las
autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y
firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que
haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a
veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y
poder financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos
puedan acceder realmente a ella, y donde se deteriora el acceso al trabajo, se
convierte en un discurso contradictorio que deshonra a la política. La
actividad empresarial, que es una noble vocación orientada a producir riqueza y
a mejorar el mundo para todos, puede ser una manera muy fecunda de promover la
región donde instala sus emprendimientos, sobre todo si entiende que la
creación de puestos de trabajo es parte ineludible de su servicio al bien
común.
Innovación biológica a partir de la investigación
130. En la visión filosófica y
teológica de la creación que he tratado de proponer, queda claro que la persona
humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es un factor
externo que deba ser totalmente excluido. No obstante, si bien el ser humano
puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es
necesario para su vida, el Catecismo enseña que las experimentaciones con animales sólo son
legítimas «si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o
salvar vidas humanas»[106]. Recuerda con firmeza que el poder
humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer sufrir
inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas»[107]. Todo uso y experimentación «exige un
respeto religioso de la integridad de la creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la
equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien resaltaba los beneficios de
los adelantos científicos y tecnológicos, que «manifiestan cuán noble es la
vocación del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de
Dios», pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención en un área del
ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas»[109]. Expresaba que la Iglesia valora el
aporte «del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular, completada
con otras disciplinas, como la genética, y su aplicación tecnológica en la
agricultura y en la industria»[110], aunque también decía que esto no debe
dar lugar a una «indiscriminada manipulación genética»[111] que ignore los efectos negativos de
estas intervenciones. No es posible frenar la creatividad humana. Si no se
puede prohibir a un artista el despliegue de su capacidad creadora, tampoco se
puede inhabilitar a quienes tienen especiales dones para el desarrollo
científico y tecnológico, cuyas capacidades han sido donadas por Dios para el
servicio a los demás. Al mismo tiempo, no pueden dejar de replantearse los
objetivos, los efectos, el contexto y los límites éticos de esa actividad
humana que es una forma de poder con altos riesgos.
132. En este marco debería
situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los
vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la
biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad
material. El respeto de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la
misma ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto a
los intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y
de sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es
aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea,
la de la creación, la querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio
general sobre el desarrollo de organismos genéticamente modificados (OMG),
vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos
entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no
siempre se atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o
excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas muchas veces fueron y son
producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la
intervención humana son un fenómeno moderno. La domesticación de animales, el
cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas
pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los
desarrollos científicos de cereales transgénicos estuvo en la observación de
una bacteria que natural y espontáneamente producía una modificación en el
genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos procesos tienen un ritmo
lento, que no se compara con la velocidad que imponen los avances tecnológicos
actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desarrollo científico de
varios siglos.
134. Si bien no hay
comprobación contundente acerca del daño que podrían causar los cereales
transgénicos a los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha
provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay
dificultades importantes que no deben ser relativizadas. En muchos lugares,
tras la introducción de estos cultivos, se constata una concentración de
tierras productivas en manos de pocos debido a «la progresiva desaparición de
pequeños productores que, como consecuencia de la pérdida de las tierras
explotadas, se han visto obligados a retirarse de la producción directa»[113].Los más frágiles se convierten en
trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a
miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos
cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la
diversidad productiva y afecta el presente y el futuro de las economías
regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de
oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su
cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos
estériles que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas
productoras.
135. Sin duda hace falta una
atención constante, que lleve a considerar todos los aspectos éticos
implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica y social que sea
responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de
llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad
de la información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean
políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio
equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las
variables atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión donde todos
aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente afectados
(agricultores, consumidores, autoridades, científicos, semilleras, poblaciones
vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o
acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al
bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo,
por lo cual su tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y
esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de
investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es
preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad
del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación
científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se
suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones
humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá
del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los
grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica.
Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética difícilmente será
capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está
íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que
tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos
detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas
y sociales.
I. Ecología ambiental, económica y social
138. La ecología estudia las
relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan.
También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida
y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda
modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más insistir en que
todo está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y
ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar por
separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y
biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman
una red que nunca terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra
información genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los
conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de
ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio
ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la
naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza
como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos
incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones
por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de
la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender
la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una
respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es
fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de
los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis
separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación
integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y
simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y
variedad de elementos a tener en cuenta, a la hora de determinar el impacto
ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve indispensable dar a los
investigadores un lugar preponderante y facilitar su interacción, con amplia
libertad académica. Esta investigación constante debería permitir reconocer
también cómo las distintas criaturas se relacionan conformando esas unidades
mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los tenemos en cuenta sólo para
determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco
independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y admirable en sí
mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto armonioso
de organismos en un espacio determinado, funcionando como un sistema. Aunque no
tengamos conciencia de ello, dependemos de ese conjunto para nuestra propia
existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen en el secuestro de
anhídrido carbónico, en la purificación del agua, en el control de enfermedades
y plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos y en
muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto,
muchas personas vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir
de una realidad que nos ha sido previamente regalada, que es anterior a nuestras
capacidades y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de «uso
sostenible», siempre hay que incorporar una consideración sobre la capacidad de
regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte, el
crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar, en orden
a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso es necesaria una
ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más
amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir parte
integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada»[114]. Pero al mismo tiempo se vuelve actual
la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos
saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora. Hoy
el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los
contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada
persona consigo misma, que genera un determinado modo de relacionarse con los
demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los
diversos mundos de referencia social, y así se muestra una vez más que «el todo
es superior a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado,
también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el
ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad
y del civismo produce daños ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología social es
necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas
dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la
comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de
los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos,
como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se
rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese estado de cosas. Tanto en
la administración del Estado, como en las distintas expresiones de la sociedad
civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran con
excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser dictadas
en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede esperarse
entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio ambiente
sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países poseedores de una
legislación clara para la protección de bosques siguen siendo testigos mudos de
la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una región
ejerce, directa o indirectamente, influencias en las demás regiones. Así, por
ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedades opulentas provoca una constante
y creciente demanda de productos originados en regiones empobrecidas, donde se
corrompen conductas, se destruyen vidas y se termina degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio
natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente
amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir
una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades
supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace
falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar,
manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el
cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De
manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora
de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo
el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es la cultura no sólo
en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido
vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de repensar la
relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del
ser humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada,
tiende a homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural,
que es un tesoro de la humanidad. Por eso, pretender resolver todas las
dificultades a través de normativas uniformes o de intervenciones técnicas
lleva a desatender la complejidad de las problemáticas locales, que requieren
la intervención activa de los habitantes. Los nuevos procesos que se van
gestando no siempre pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde
afuera, sino que deben partir de la misma cultura local. Así como la vida y el
mundo son dinámicos, el cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las
soluciones meramente técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no
responden a las problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la
perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que
el desarrollo de un grupo social supone un proceso histórico dentro de un
contexto cultural y requiere del continuado protagonismo de los actores
sociales locales desde su propia
cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino que
debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo
humano.
145. Muchas formas altamente
concentradas de explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar
con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades sociales
que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado
identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La
desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de
una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida
ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los
ecosistemas.
146. En este sentido, es
indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus
tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben
convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar
en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un
bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un
espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y
sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos
quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto
de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para
proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación de
la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la vida cotidiana
146. Para que pueda hablarse de
un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca una mejora integral
en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde transcurre
la existencia de las personas. Los escenarios que nos rodean influyen en
nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A la vez, en nuestra
habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro barrio,
usamos el ambiente para expresar nuestra identidad. Nos esforzamos para
adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado de
contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar
configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la
creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir
los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los
condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la
precariedad. Por ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los
edificios están muy deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el
interior de sus viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad
de la gente. La vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz
sobre un ambiente aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología
humana que pueden desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La
sensación de asfixia producida por la aglomeración en residencias y espacios
con alta densidad poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones
humanas cercanas y cálidas, si se crean comunidades, si los límites del
ambiente se compensan en el interior de cada persona, que se siente contenida
por una red de comunión y de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de
ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la
carencia extrema que se vive en algunos ambientes que no poseen armonía,
amplitud y posibilidades de integración facilita la aparición de
comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas por parte de
organizaciones criminales. Para los habitantes de barrios muy precarios, el
paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes
ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas
antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero insistir en que el amor puede
más. Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer lazos de
pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia
comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del
egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele provocar
reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación
entre el espacio y la conducta humana, quienes diseñan edificios, barrios,
espacios públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas disciplinas que
permitan entender los procesos, el simbolismo y los comportamientos de las
personas. No basta la búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso
todavía es el servicio a otra belleza: la calidad de vida de las personas, su
adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan
importante que las perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis
del planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los
lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que acrecientan
nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo, nuestro
sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y nos une.
Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y
que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse
en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio
compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural
debería considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que
es percibido por los habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de
significados. Así los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como
parte de un «nosotros» que construimos juntos. Por esta misma razón, tanto en
el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar algunos lugares donde
se eviten intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La falta de viviendas es
grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas rurales como en las
grandes ciudades, porque los presupuestos estatales sólo suelen cubrir una
pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres, sino una gran parte de la
sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda propia. La
posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y
con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología
humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas
precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y
expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados
peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir
más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información
adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»[118]. Al mismo tiempo, la creatividad
debería llevar a integrar los barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué
hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a
los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo!
¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas
de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro![119]».
153. La calidad de vida en las
ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes
sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles
utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado,
el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no
renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de
estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden
en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas medidas
necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una
mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades significa un trato
indigno a las personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja
frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El reconocimiento de la
dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta con la vida caótica que
deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero esto no debería hacer
perder de vista el estado de abandono y olvido que sufren también algunos
habitantes de zonas rurales, donde no llegan los servicios esenciales, y hay
trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin derechos ni
expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica
también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la
ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un
ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre»
porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no
puede manipular a su antojo»[120]. En esta línea, cabe reconocer que
nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con
los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es
necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa
común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una
lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio
cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una
verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don
específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse
recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la
diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana es
inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central
y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida
social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el
logro más pleno y más fácil de la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone el
respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables
ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el
desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la
subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula
básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es
decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una
atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera
violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la
obligación de defender y promover el bien común.
158. En las condiciones
actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son
más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el
principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible
consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por
los más pobres. Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común
de los bienes de la tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium[123], exige contemplar ante todo la
inmensa dignidad del pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes.
Basta mirar la realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia
ética fundamental para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las generaciones
159. La noción de bien común
incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas
internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado
el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos
quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo
sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la
situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en
otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos
es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de
una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra
que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica
de la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a
la generación siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada
amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo
queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta
pregunta no afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede
plantear la cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo
que queremos dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido,
sus valores. Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras
preocupaciones ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta
pregunta se plantea con valentía, nos lleva inexorablemente a otros
cuestionamientos muy directos: ¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué
vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita
esta tierra? Por eso, ya no basta decir que debemos preocuparnos por las
futuras generaciones. Se requiere advertir que lo que está en juego es nuestra
propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta
habitable para la humanidad que nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos,
porque esto pone en crisis el sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones catastróficas
ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones
podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de
consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las
posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser
insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está
ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos
del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si
pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las
peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar
en serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural, que
acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno
corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos
problemas sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las
crisis de los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el
reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo inmediatista y excesivo de
los padres que afecta a los propios hijos, quienes tienen cada vez más
dificultades para adquirir una casa propia y fundar una familia. Además, nuestra
incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está ligada a
nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar en quienes
quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a los pobres del
futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de vida
en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso, «además de la leal
solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de
una renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y ACCIÓN
163. He intentado analizar la
situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que se observan en el
planeta que habitamos, como en las causas más profundamente humanas de la
degradación ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad en sí misma ya
nos indica la necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones,
intentemos ahora delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de
la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo
pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a
concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa
de todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente entender que las
consecuencias perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo
afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones se propongan
desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos
países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Pero la misma inteligencia que
se utilizó para un enorme desarrollo tecnológico no logra encontrar formas
eficientes de gestión internacional en orden a resolver las graves dificultades
ambientales y sociales. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser
resueltos por acciones de países aislados, es indispensable un consenso mundial
que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada,
a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una
mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los
recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable.
165. Sabemos que la tecnología
basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero
aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada
progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo de energías
renovables, que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos malo
o acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional
no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben
soportar los costos de la transición energética. En las últimas décadas, las
cuestiones ambientales han generado un gran debate público que ha hecho crecer
en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de entrega generosa. La
política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de
los desafíos mundiales. En este sentido se puede decir que, mientras la
humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más
irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del
siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves
responsabilidades.
166. El movimiento ecológico
mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el esfuerzo de muchas
organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí mencionarlas a todas
ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias a tanta entrega, las
cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en la agenda pública y
se han convertido en una invitación constante a pensar a largo plazo. No
obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no
respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no
alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de
la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se proclamó que «los seres
humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el
desarrollo sostenible»[126]. Retomando contenidos de la Declaración
de Estocolmo (1972), consagró la cooperación internacional para cuidar el
ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de quien contamina de
hacerse cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental
de toda obra o proyecto. Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones
de gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento
global. También elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio sobre
diversidad biológica, declaró principios en materia forestal. Si bien aquella
cumbre fue verdaderamente superadora y profética para su época, los acuerdos
han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron adecuados
mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los
incumplimientos. Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y
ágiles de ejecución práctica.
168. Como experiencias
positivas se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea sobre los
desechos peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y controles;
también la Convención vinculante que regula el comercio internacional de
especies amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye misiones de
verificación del cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de Viena para
la protección de la capa de ozono y a su implementación mediante el Protocolo
de Montreal y sus enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece
haber entrado en una fase de solución.
169. En el cuidado de la
diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los avances
han sido mucho menos significativos. En lo relacionado con el cambio climático,
los avances son lamentablemente muy escasos. La reducción de gases de efecto
invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los
países más poderosos y más contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el desarrollo sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió
una extensa e ineficaz Declaración final. Las negociaciones internacionales no
pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que
privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes
sufrirán las consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta
falta de conciencia y de responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica,
el debate ha adquirido una particular intensidad. Los creyentes no podemos
dejar de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de
manera que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes
retardos.
170. Algunas de las estrategias
de baja emisión de gases contaminantes buscan la internacionalización de los
costos ambientales, con el peligro de imponer a los países de menores recursos
pesados compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países
más industrializados. La imposición de estas medidas perjudica a los países más
necesitados de desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia
envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta
por lo más débil. Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir
durante mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas estrictas, algunos
países con escasos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya
se están produciendo y que afectan sus economías. Sigue siendo cierto que hay
responsabilidades comunes pero diferenciadas, sencillamente porque, como han
dicho los Obispos de Bolivia, «los países que se han beneficiado por un alto
grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases
invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la solución de los
problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de
compraventa de «bonos de carbono» puede dar lugar a una nueva forma de
especulación, y no servir para reducir la emisión global de gases
contaminantes. Este sistema parece ser una solución rápida y fácil, con la
apariencia de cierto compromiso con el medio ambiente, pero que de ninguna
manera implica un cambio radical a la altura de las circunstancias. Más bien
puede convertirse en un recurso diversivo que permita sostener el sobreconsumo
de algunos países y sectores.
172. Los países pobres
necesitan tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo
social de sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso de consumo
de algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la
corrupción. También es verdad que deben desarrollar formas menos contaminantes
de producción de energía, pero para ello requieren contar con la ayuda de los
países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual del planeta. El
aprovechamiento directo de la abundante energía solar requiere que se
establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en desarrollo puedan
acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos financieros,
pero siempre prestando atención a las condiciones concretas, ya que «no siempre
es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los sistemas con el contexto
para el cual fueron diseñados»[128].Los costos serían bajos si se los
compara con los riesgos del cambio climático. De todos modos, es ante todo una
decisión ética, fundada en la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos
internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales
para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar
la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos consensuados para
evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos. Hacen falta
marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones
intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen a otros países
residuos e industrias altamente contaminantes.
174. Mencionemos también el
sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo diversas convenciones
internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia de severos
mecanismos de reglamentación, control y sanción terminan minando todos los
esfuerzos. El creciente problema de los residuos marinos y la protección de las
áreas marinas más allá de las fronteras nacionales continúa planteando un
desafío especial. En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de
gobernanza para toda la gama de los llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica que
dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al
calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar
la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica
encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los
países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de
gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder
de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera,
de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En
este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y
dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya
desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía
mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su
empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia
de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi
Predecesor, [san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva, la diplomacia
adquiere una importancia inédita, en orden a promover estrategias
internacionales que se anticipen a los problemas más graves que terminan
afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y
perdedores entre los países, sino también dentro de los países pobres, donde
deben identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las cuestiones
relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden
plantear sólo desde las diferencias entre los países, sino que requieren
prestar atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una
utilización irresponsable de las capacidades humanas, son funciones
impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar dentro
de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia su devenir en un
contexto de constantes innovaciones tecnológicas? Un factor que actúa como
moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para las conductas
admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer una sociedad
sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución, regulaciones
adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción,
acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los
procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o potenciales.
Hay una creciente jurisprudencia orientada a disminuir los efectos
contaminantes de los emprendimientos empresariales. Pero el marco político e
institucional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino también para
alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos
caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo
político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad
de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales,
los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que
puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras.
La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda
ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida
así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que siempre somos más fecundos cuando
nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. La
grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le
cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se
están desarrollando cooperativas para la explotación de energías renovables que
permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes. Este
sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial existente se muestra
impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una
diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte
sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más
generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que
se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo
en las poblaciones aborígenes. Dado que el derecho a veces se muestra
insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política
presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no
gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a
desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los
ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–,
tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra parte, las
legislaciones de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre
poblaciones vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en
recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada país o
región. También es verdad que el realismo político puede exigir medidas y
tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas del diseño y la
aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales
y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de
energía. Esto implica favorecer formas de producción industrial con máxima
eficiencia energética y menos cantidad de materia prima, quitando del mercado
los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que
son más contaminantes. También podemos mencionar una buena gestión del
transporte o formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan
su consumo energético y su nivel de contaminación. Por otra parte, la acción
política local puede orientarse a la modificación del consumo, al desarrollo de
una economía de residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la
programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos. Es
posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante
inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o
nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas
sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización
comunitaria que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven
los ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la
continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el
cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.
Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos
que no podrán ser mostrados dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin
la presión de la población y de las instituciones siempre habrá resistencia a
intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que un político asuma
estas responsabilidades con los costos que implican, no responde a la lógica
eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se
atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como
humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política,
capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores
prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay
que agregar que los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los
grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que
otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en los procesos decisionales
182. La previsión del impacto
ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos políticos
transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el
verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a
acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto
ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un proyecto productivo o
de cualquier política, plan o programa a desarrollarse. Tiene que insertarse
desde el principio y elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e
independiente de toda presión económica o política. Debe conectarse con el
análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud
física y mental de las personas, en la economía local, en la seguridad. Los
resultados económicos podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en
cuenta los escenarios posibles y eventualmente previendo la necesidad de una
inversión mayor para resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos.
Siempre es necesario alcanzar consensos entre los distintos actores sociales,
que pueden aportar diferentes perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en
la mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales,
quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden
considerar los fines que trascienden el interés económico inmediato. Hay que
dejar de pensar en «intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a
políticas pensadas y discutidas por todas las partes interesadas. La
participación requiere que todos sean adecuadamente informados de los diversos
aspectos y de los diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la
decisión inicial sobre un proyecto, sino que implica también acciones de
seguimiento o monitorización constante. Hace falta sinceridad y verdad en las
discusiones científicas y políticas, sin reducirse a considerar qué está
permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales
riesgos para el ambiente que afecten al bien común presente y futuro, esta
situación exige «que las decisiones se basen en una comparación entre los
riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa
posible»[131]. Esto vale sobre todo si un proyecto
puede producir un incremento de utilización de recursos naturales, de emisiones
o vertidos, de generación de residuos, o una modificación significativa en el
paisaje, en el hábitat de especies protegidas o en un espacio público. Algunos
proyectos, no suficientemente analizados, pueden afectar profundamente la
calidad de vida de un lugar debido a cuestiones tan diversas entre sí como una
contaminación acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la
pérdida de valores culturales, los efectos del uso de energía nuclear. La
cultura consumista, que da prioridad al corto plazo y al interés privado, puede
alentar trámites demasiado rápidos o consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca
de un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse en orden a
discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué?
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué
costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que
deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e
indispensable y es un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros
derechos humanos. Eso es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental
de una región.
186. En la Declaración de Río
de 1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la
falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para
postergar la adopción de medidas eficaces»[132] que impidan la degradación del medio
ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los más débiles,
que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas
irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e
irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto
debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que
en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y contundente de que
la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo
habitan.
187. Esto no implica oponerse a
cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la calidad de vida de una
población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede
ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan
nuevos elementos de juicio a partir de la evolución de la información, debería
haber una nueva evaluación con participación de todas las partes interesadas.
El resultado de la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un
proyecto, pero también podría ser su modificación o el desarrollo de propuestas
alternativas.
188. Hay discusiones sobre
cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos.
Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones
científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y
transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten
al bien común.
IV. Política y economía en diálogo para la plenitud humana
La política no debe someterse a
la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma
eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos
imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen
decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La
salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población,
sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un
dominio absoluto de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar
nuevas crisis después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis
financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía
más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad
financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que
llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La
producción no es siempre racional, y suele estar atada a variables económicas
que fijan a los productos un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva
muchas veces a una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto
ambiental innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías
regionales[133]. La burbuja financiera también suele
ser una burbuja productiva. En definitiva, lo que no se afronta con energía es
el problema de la economía real, la que hace posible que se diversifique y
mejore la producción, que las empresas funcionen adecuadamente, que las
pequeñas y medianas empresas se desarrollen y creen empleo.
190. En este contexto, siempre
hay que recordar que «la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base
al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes
que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente»[134]. Una vez más, conviene evitar una
concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se
resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los
individuos. ¿Es realista esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio
se detenga a pensar en los efectos ambientales que dejará a las próximas
generaciones? Dentro del esquema del rédito no hay lugar para pensar en los
ritmos de la naturaleza, en sus tiempos de degradación y de regeneración, y en
la complejidad de los ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la
intervención humana. Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se
piensa en ella como un depósito de recursos económicos que podría ser explotado,
pero no se considera seriamente el valor real de las cosas, su significado para
las personas y las culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas
cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender detener
irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que
convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo
puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso
sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión
que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos
estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata
de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la
creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces
nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de
desarrollo productivo más creativo y mejor orientado podría corregir el hecho
de que haya una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para
resolver problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas
inteligentes y rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado;
podría mejorar la eficiencia energética de las ciudades. La diversificación
productiva da amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e
innovar, a la vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta
sería una creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser
humano, porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y
responsabilidad, para encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo,
en el marco de una noción más amplia de lo que es la calidad de vida. En
cambio, es más indigno, superficial y menos creativo insistir en crear formas
de expolio de la naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y
de rédito inmediato.
193. De todos modos, si en
algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en
otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante
muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner
algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde.
Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y
destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su
dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas
partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras
partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos
caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y
mejorando las condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos
modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global»[136], lo cual implica reflexionar responsablemente
«sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones
y distorsiones»[137]. No basta conciliar, en un término
medio, el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación
del ambiente con el progreso. En este tema los términos medios son sólo una
pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se trata de redefinir el progreso.
Un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad
de vida integralmente superior no puede considerarse progreso. Por otra parte,
muchas veces la calidad real de la vida de las personas disminuye –por el
deterioro del ambiente, la baja calidad de los mismos productos alimenticios o
el agotamiento de algunos recursos– en el contexto de un crecimiento de la
economía. En este marco, el discurso del crecimiento sostenible suele
convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio que absorbe valores del
discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas y de la tecnocracia, y
la responsabilidad social y ambiental de las empresas suele reducirse a una
serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de maximización
de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una
distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco
que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si
la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la
pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o
aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando
y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría considerarse ético un
comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del
uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y
sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por
las futuras generaciones»[138].La racionalidad instrumental, que sólo
aporta un análisis estático de la realidad en función de necesidades actuales,
está presente tanto cuando quien asigna los recursos es el mercado como cuando
lo hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la
política? Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad para
el desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo
tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Es
verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos
Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que sería
incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis
actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el
ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a
los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no
parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política
que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral,
incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la
crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito,
por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no
cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como
benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir
ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada,
trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar. Si la
política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda subsumida
en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la
humanidad. Una estrategia de cambio real exige repensar la totalidad de los
procesos, ya que no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales
mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una sana
política debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía
tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la
degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios
errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras
unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por
conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios
donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar
a los más débiles. Aquí también vale que «la unidad es superior al conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo con las ciencias
199. No se puede sostener que
las ciencias empíricas explican completamente la vida, el entramado de todas
las criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar indebidamente
sus confines metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado,
desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón
para percibir el sentido y la finalidad de las cosas[141]. Quiero recordar que «los textos
religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las épocas, tienen
una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes […] ¿Es razonable y
culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el contexto de una
creencia religiosa?»[142]. En realidad, es ingenuo pensar que los
principios éticos puedan presentarse de un modo puramente abstracto, desligados
de todo contexto, y el hecho de que aparezcan con un lenguaje religioso no les
quita valor alguno en el debate público. Los principios éticos que la razón es
capaz de percibir pueden reaparecer siempre bajo distintos ropajes y expresados
con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier
solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para
resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se
olvidan las grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el
sacrificio, la bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser
coherentes con su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que
reclamarles que vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo
de sus propias convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala
comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar
el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo
creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos
reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que
debíamos custodiar. Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han
condicionado esa conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es
precisamente el regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder
mejor a las necesidades actuales.
201. La mayor parte de los
habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las
religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y
de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas,
porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la
especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del
propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio
ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes
movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de
la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un
camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando
siempre que «la realidad es superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que
reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta
la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro
compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas
convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío
cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de vida
203. Dado que el mercado tiende
a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las
personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos
innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma
tecnoeconómico. Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano
«acepta los objetos y las formas de vida, tal como le son impuestos por la
planificación y por los productos fabricados en serie y, después de todo, actúa
así con el sentimiento de que eso es lo racional y lo acertado»[144]. Tal paradigma hace creer a todos que
son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando quienes
en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que detenta el
poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad posmoderna no
encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla, y esta falta
de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para unos escasos
y raquíticos fines.
204. La situación actual del
mundo «provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez
favorece formas de egoísmo colectivo»[145]. Cuando las personas se vuelven
autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su
voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita
objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible
que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese
horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a
predominar en una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en
que no contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la
posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales,
sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión
por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan
sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin embargo, no todo está
perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo,
también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá
de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son
capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio
hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas
que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los
corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa
dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos
de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder
político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de
consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven
efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a
considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se
ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad
social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo
económico»[146]. Por eso, hoy «el tema del deterioro
ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos
invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a comenzar de
nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga
posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como
nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un
nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el
despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de
alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y
la paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver
a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se
reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para
los demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el
deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo
la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible
todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción
moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal
fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo,
realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve
posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la
gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos
hábitos. Muchos saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o
placeres no bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero no se
sienten capaces de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los países que
deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen
una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos
luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un
contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de
otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha
ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la
información científica y en la concientización y prevención de riesgos
ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad
basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los
distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el
solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual
con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el
Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por
otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de
una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta
educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a
informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es
suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando
exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos
importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la
sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione
desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas
virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una
persona, aunque la propia economía le permita consumir y gastar más,
habitualmente se abriga un poco en lugar de encender la calefacción, se supone
que ha incorporado convicciones y sentimientos favorables al cuidado del
ambiente. Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas
acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas
hasta conformar un estilo de vida. La educación en la responsabilidad ambiental
puede alentar diversos comportamientos que tienen una incidencia directa e
importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico
y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo
que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos,
utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias
personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de
una generosa y digna creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho
de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas
motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos
esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la
sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar,
porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a
difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos
comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a
una mayor profundidad vital, nos permite experimentar que vale la pena pasar
por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son
diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis,
etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden
producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero quiero destacar la
importancia central de la familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de
Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples
ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un
auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la
familia constituye la sede de la cultura de la vida»[149]. En la familia se cultivan los primeros
hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las
cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección
de todos los seres creados. La familia es el lugar de la formación integral,
donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente relacionados entre
sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a pedir permiso sin
avasallar, a decir «gracias» como expresión de una sentida valoración de las
cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón
cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera cortesía ayudan a
construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea.
214. A la política y a las
diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la
población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol
importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros
seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad
responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la
fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en
juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los
ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a
otros.
215. En este contexto, «no debe
descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y la
preservación de un ambiente sano»[150]. Prestar atención a la belleza y amarla
nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a
detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta
para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere
conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de
pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz
y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo
paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la
naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se
transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes
del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la
espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales
y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad.
Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que
nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña
tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de
hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la
espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no
será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística
que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y
dan sentido a la acción personal y comunitaria»[151]. Tenemos que reconocer que no siempre
los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios ha dado a la
Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de
la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y
en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos
exteriores se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos
interiores»[152], la crisis ecológica es un llamado a
una profunda conversión interior. Pero también tenemos que reconocer que
algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y
pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros
son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les
hace falta entonces una conversión
ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro
con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación
de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia
virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la
experiencia cristiana.
218. Recordemos el modelo de
san Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado como una
dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también
reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse
de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar
la conversión en términos de reconciliación con la creación: «Para realizar
esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo
ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de
actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del
corazón»[153].
219. Sin embargo, no basta que
cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta
el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su
libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de
un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales
se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales:
«Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de
satisfacerlas con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión
de particulares formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de
fuerzas y una unidad de realización»[154]. La conversión ecológica que se
requiere para crear un dinamismo de cambio duradero es también una conversión
comunitaria.
220. Esta conversión supone
diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno
de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca
como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque
nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la
derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4). También implica la amorosa
conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los
demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el
mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con
los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer las
capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva al
creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas
del mundo, ofreciéndose a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su superioridad
como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una
capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota
de su fe.
221. Diversas convicciones de
nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el
sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja
algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha
asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de
cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el
reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un
dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el Evangelio
que Jesús habla de los pájaros, y dice que «ninguno de ellos está olvidado ante
Dios» (Lc 12,6), ¿será capaz de
maltratarlos o de hacerles daño? Invito a todos los cristianos a explicitar
esta dimensión de su conversión, permitiendo que la fuerza y la luz de la
gracia recibida se explayen también en su relación con las demás criaturas y
con el mundo que los rodea, y provoque esa sublime fraternidad con todo lo
creado que tan luminosamente vivió san Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
La espiritualidad cristiana
propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo
de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin
obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza,
presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata
de la convicción de que «menos es más». La constante acumulación de
posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y
cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad,
por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de
realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con
sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que
nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que
ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no
poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación
de placeres.
223. La sobriedad que se vive
con libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja
intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven
mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre
lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa,
aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de
disminuir las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión.
Se puede necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de
desarrollar otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros
fraternos, en el servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el
arte, en el contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere
saber limitar algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles
para las múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y la humildad
no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se
debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida
personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también
ambientales. Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad de los
ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de
la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición
de la humildad, en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la
posibilidad de dominarlo todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a
la sociedad y al ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una
feliz sobriedad si nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios
y nuestro yo ocupa su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la
que determina lo que está bien o lo que está mal.
225. Por otro lado, ninguna
persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo.
Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo
que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz
interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y
con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de
vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad
de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos
escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y
ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo
desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse
ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo
que tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al
ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar
la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de
vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y
en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta,
develada»[155].
226. Estamos hablando de una
actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar
plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después,
que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido.
Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del
campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto, «detuvo
en él su mirada, y lo amó» (Mc 10,21).
Él sí que estaba plenamente presente ante cada ser humano y ante cada criatura,
y así nos mostró un camino para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve
superficiales, agresivos y consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta
actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas.
Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con profundidad.
Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra
dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los
dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos
bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la
naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y
de comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y
que eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca
puede ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos
que haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos
lleva a amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a
nuestro control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir
que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás
y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho
tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe,
de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad
nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social
termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses,
provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el
desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa
de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la
oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto
que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples
gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del
aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado
es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños
gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas
las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el
compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo
afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones,
como las relaciones sociales, económicas y políticas»[156]. Por eso, la Iglesia propuso al mundo
el ideal de una «civilización del amor»[157]. El amor social es la clave de un auténtico
desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es
necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico,
cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción»[158]. En este marco, junto con la
importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a
pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental
y alienten una cultura del cuidado que
impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a
intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que
eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese
modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a
trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad
germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del
bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan
por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un
paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de
todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo
tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista.
Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva
y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más
pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar
una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando
expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias
espirituales.
VI. Signos sacramentales y descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla
en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en
el rocío, en el rostro del pobre[159]. El ideal no es sólo pasar de lo
exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino
también llegar a encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san
Buenaventura: «La contemplación es tanto más eminente cuanto más siente en sí
el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a
Dios en las criaturas exteriores»[160].
234. San Juan de la Cruz
enseñaba que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «está
en Dios eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas
grandezas que se dicen es Dios»[161]. No es porque las cosas limitadas del
mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima
conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las
cosas Dios»[162]. Si le admira la grandeza de una
montaña, no puede separar eso de Dios, y percibe que esa admiración interior
que él vive debe depositarse en el Señor: «Las montañas tienen alturas, son abundantes,
anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi
Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de
dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave canto de
aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en
su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos son un
modo privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en
mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar
el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son
asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano
que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la cercanía de
Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se derrama
sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No escapamos
del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con Dios. Esto
se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana oriental: «La
belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se
suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada, se
muestra por doquier: en las formas del templo, en los sonidos, en los colores,
en las luces y en los perfumes»[164]. Para la experiencia cristiana, todas
las criaturas del universo material encuentran su verdadero sentido en el Verbo
encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado en su persona parte del
universo material, donde ha introducido un germen de transformación definitiva:
«el Cristianismo no rechaza la materia, la corporeidad; al contrario, la
valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el que el cuerpo humano muestra su
naturaleza íntima de templo del Espíritu y llega a unirse al Señor Jesús, hecho
también él cuerpo para la salvación del mundo»[165].
236. En la Eucaristía lo creado
encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo
sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega
a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo
pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y
es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida
inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos
da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor
cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar
de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo y la
tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de
Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la
creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la
unificación con el Creador mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es también
fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y
nos orienta a ser custodios de todo lo creado.
237. El domingo, la
participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así
como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del
ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es
el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es
la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda
la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en
Dios»[168]. De este modo, la espiritualidad
cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser humano tiende
a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario,
olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más importante: su
sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y
gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de
obrar que forma parte de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es
preservada no únicamente del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz
y de la conciencia aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La
ley del descanso semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para
que reposen tu buey y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el
emigrante» (Ex 23,12). El descanso es
una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los derechos de los
demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía, derrama su luz
sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de la naturaleza y
de los pobres.
VII. La Trinidad y la relación entre las criaturas
238. El Padre es la fuente
última de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo,
que lo refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra
cuando se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está
íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos
caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio
divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su propiedad
personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en su
grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos, creer
en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad
contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a
decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura
«testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en
la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo del
hombre se había enturbiado»[170]. El santo franciscano nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura
propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada
si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica
el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.
240. Las Personas divinas son
relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una
trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de
todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del
universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se
entrelazan secretamente[171].Esto no sólo nos invita a admirar las
múltiples conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a
descubrir una clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más
crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando
sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las
criaturas. Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios
ha impreso en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a
madurar una espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de
la Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó
a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así como
lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del
sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo
arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada,
y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer «vestida de sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y
Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado,
parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo
guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba» cuidadosamente (cf
Lc 2,19.51), sino que también
comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos
ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella, en la
familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió
a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la
violencia de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece como un
hombre justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge también una gran
ternura, que no es propia de los débiles sino de los verdaderamente fuertes,
atentos a la realidad para amar y servir humildemente. Por eso fue declarado
custodio de la Iglesia universal. Él también puede enseñarnos a cuidar, puede
motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para proteger este mundo que
Dios nos ha confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos
cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del
universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos
viajando hacia el sábado de la eternidad, hacia la nueva Jerusalén, hacia la
casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La vida eterna será un asombro
compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y
tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos
para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno
que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las
criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo
tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le
ha dado inicio, al que es su Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras
luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la
esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la
entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que necesitamos
para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el Señor de la
vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha
unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar
nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246. Después de esta prolongada
reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones, una que podamos
compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente, y otra para que
los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea
el Evangelio de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
que estás presente en todo el universo
y en la más pequeña de tus criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de tu amor
para que cuidemos la vida y la belleza.
Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz infinita.
Gracias porque estás con nosotros todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha
por la justicia, el amor y la paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
por ti fueron creadas todas las cosas.
Te formaste en el seno materno de María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
orientas este mundo hacia el amor del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra,
porque ninguno de ellos está olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y del dinero
para que se guarden del pecado de la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a los débiles,
y cuiden este mundo que habitamos.
Los pobres y la tierra están clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 24 de mayo, Solemnidad de
Pentecostés, del año 2015, tercero de mi Pontificado.
Franciscus
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la
Santa Sede (8 enero
2007): AAS 99 (2007), 73.
[15] Discurso
en Santa Bárbara, California (8 noviembre 1997); cf. John
Chryssavgis, On Earth as in Heaven:
Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical Patriarch Bartholomew,
Bronx, New York 2012.
[18] Discurso «Global
Responsibility and Ecological Sustainability: Closing Remarks», I Vértice
de Halki, Estambul (20 junio 2012).
[22]Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de
África, Pastoral Statement on the
Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[24] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
y del Caribe, Documento de Aparecida (29
junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de Filipinas, Carta
pastoral What is Happening to our
Beautiful Land? (29 enero 1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral
sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión para
Asuntos Sociales, Der Klimawandel:
Brennpunkt globaler, intergenerationeller und ökologischer Gerechtigkeit (septiembre
2006), 28-30.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (7 junio 2013), p. 12.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados
Unidos, Global Climate Change: A Plea for
Dialogue, Prudence and the Common Good (15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
y del Caribe, Documento de Aparecida (29
junio 2007), 471.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS
97 (2005), 711.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der Schöpfung – Zukunft der Menschheit. Erklärung der Deutschen
Bischofskonferenz zu Fragen der Umwelt und der Energieversorgung (1980),
II, 2.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre 2005), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2005), p. 20.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica
que Dios quiso crear un mundo en camino hacia su perfección última y que esto
implica la presencia de la imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 310.
[50] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 36.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del P.
Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso
en un establecimiento químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan
Pablo II, Carta al reverendo P. George V.
Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti 5/2
(2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore
romano, ed. semanal en lengua española (31 julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002), 6: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá.
Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta pastoral You love all that exists... all things are yours, God, Lover of Life (4
octubre 2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón, Reverence for Life. A Message for the
Twenty-First Century (1 enero 2001), n. 89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000), 5: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie
de la volonté II. Finitude et
culpabilité, Paris 2009, 2016 (ed. esp.: Finitud y culpabilidad, Madrid 1967, 249).
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, A Igreja e a questão ecológica (1992),
53-54.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta pastoral
Sobre la relación del hombre con la
naturaleza (21 enero1987).
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de México, Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS
71 (1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los
agricultores en Recife, Brasil (7 julio 1980), 4: AAS
72 (1980), 926.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral El campesino paraguayo y la tierra (12
junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda, Statement on Environmental Issues,
Wellington (1 septiembre 2006).
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas del
Verbo» en el mundo; cf. II Apología 8,
1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de la ciencia, de la
cultura y de los altos estudios en la Universidad de las Naciones Unidas,
Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73
(1981), 422.
[83] Romano Guardini, Das
Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 87 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid
1958, 111-112).
[94] Cf. Declaración Love
for Creation. An Asian Response to the Ecological Crisis, Coloquio
promovido por la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay
31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.
[98] Cf. Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL
50, 668 : «Ut annis scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur
aetate».
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (8 noviembre
1981), p. 7.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea General de la Asociación
Médica Mundial (29
octubre 1983), 6: AAS 76 (1984), 394.
[117] Algunos autores han mostrado los valores que suelen
vivirse, por ejemplo, en las «villas», chabolas o favelas de América Latina:
cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la lógica de la
gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine (eds.), Irrupción del pobre y quehacer filosófico.
Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993, 225-230.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 abril 2015), p. 2.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum (15
septiembre 2003), 20.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral
sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía, justicia y paz, IV, 1, Ciudad
del Vaticano 2013, 57.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano. Comisión
Episcopal para la Pastoral Social, Jesucristo,
vida y esperanza de los indígenas y campesinos (14 enero 2008).
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 34: AAS
105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena
al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de
la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina
incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un
camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia
se beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar abierto a la
realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en
cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la
ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a
maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de
la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la
ciencia».
[144] Das Ende
der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 87).
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS
97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de Australia, A New Earth – The Environmental Challenge (2002).
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su
propia experiencia, también destacaba la necesidad de no separar demasiado las
criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace
falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en
la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de
este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los
árboles que se doblan, el agua que corre, las moscas que zumban, las puertas
que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el
suspiro de los enfermos, el gemido de los afligidos…» (Eva De
Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du
soufisme, Paris 1978, 200).
[169]Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
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