Quiso el destino… (!Pero qué estoy escribiendo!)
!Gracias a Dios¡ la Cruz de Lampedusa no pasó de
largo por mi ciudad, y tuvo a bien hacer parada y fonda en la parroquia de
Guadalupe, cuando, enviada por papa Francisco a recorrer mundo, llamó a las
puertas de esta diócesis mesetaria, donde bien viene que de vez en cuando nos
recuerden que de aquí salieron los almirantes de Castilla a
"descubrir" surcando aguas inmensas y repletas de temibles desafíos.
No sólo no pasó de largo; llamó a nuestra puerta y
pidió hospedaje. Ocurrió los días 26/27/28 de octubre.
Hecha con madera de los restos de los cayucos
destrozados contra los acantilados de Lampedusa, cuyos ocupantes yacen en la
gran fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo, mare nostrum le decimos,
carece de atractivo alguno, y su aspecto es el de un patíbulo sombrío.
El 8 de julio de 2013 el Papa Francisco hizo su
primer viaje fuera de Roma a la isla italiana de Lampedusa. Días antes había
naufragado un barco con refugiados de los que 349 murieron. Se calcula que en
los últimos veinte años han muerto cerca de 20.000 personas entre Libia e
Italia, sin contar con los que han muerto en otras zonas del Mediterráneo.
Allí el Papa Francisco dijo: “¿Dónde está tu
hermano? ¿Quién es el responsable de esta sangre? ¡Ninguno! Todos responden
igual: no he sido yo, yo no tengo nada que ver… Hemos caído en la globalización
de la indiferencia”.
El 9 de abril de 2014, la Fundación italiana “Casa
del Espíritu y de las Artes” presentó al Papa Francisco una cruz hecha con
tablas de barcos naufragados frente a Lampedusa. El Papa la bendijo y les
encargó: “Llevadla por todas partes”.
Esta cruz, que ha puesto en circulación Francisco
tras haberla venerado con sus lágrimas para suscitar en nosotros la misma
conmoción, tiene la piadosa encomienda de recordar al mundo entero la cruel
realidad de una parte bien importante de humanidad que sufre el desarraigo, el
miedo, la incertidumbre, el hambre, el frío, la persecución, el abuso, la
violencia… Y que no importa de dónde venga y a dónde se dirija, cada ser humano
que la constituye es una persona ninguneada, descartada y desechada como algo
despreciable en este festín mundano y perverso en que nos estamos convirtiendo,
si no corregimos a tiempo la deriva de nuestro común destino.
Ante esta cruz oramos con palabras del Papa:
Dios de
Misericordia, te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños que han muerto
después de haber dejado su tierra, buscando una vida mejor.
Aunque muchas
de sus tumbas no tienen nombre, para Ti cada uno es conocido, amado y
predilecto. Que jamás los olvidemos, sino que honremos su sacrificio con obras
más que con palabras.
Te confiamos
a quienes han realizado este viaje, afrontando el miedo, la incertidumbre y la
humillación, para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza.
Así como Tú
no abandonaste a tu Hijo cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro,
muéstrate cercano a estos hijos tuyos a través de nuestra ternura y protección.
Haz que, con
nuestra atención hacia ellos, promovamos un mundo en el que nadie se vea
forzado a dejar su propia casa y todos puedan vivir en libertad, dignidad y
paz.
Dios de
misericordia y Padre de todos, despiértanos del sopor de la indiferencia, abre
nuestros ojos a sus sufrimientos y líbranos de la insensibilidad, fruto del
bienestar mundano y del encerrarnos en nosotros mismos.
Ilumina a
todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros, para que
reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas a quienes llegan a nuestras
costas.
Ayúdanos a
compartir con ellos las bendiciones que hemos recibido de tus manos y a
reconocer que juntos, como una única familia humana, somos todos emigrantes,
viajeros de esperanza hacia Ti, que eres nuestra verdadera casa, allí donde
toda lágrima será enjugada, donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.
Hipérbole de nuestra condición humana, unos maderos
que junto con su peana de acero pesan apenas 25 kilos, viajan dentro de unas
hermosas cajas que hacen casi imposible su transporte (cada una de ellas pesa
más que los dos travesaños de la cruz), pero dignifican lo que de otro modo
pasaría de incógnito.
A esta cruz han venerado multitudes, incluso besado
o abrazado (a pesar de las estrictas normas de funcionamiento que lleva en fotocopia
plastificada anexa que desaconsejan expresamente tocarla), ante ella se han postrado
en silencioso recogimiento, en su presencia se han celebrado un sinfín de
liturgias en Italia, Francia, Portugal y España.
Nosotros tuvimos la suerte de celebrar la Eucaristía
por la mañana, por la tarde el viacrucis y en la noche una vigilia que concluyó con esta plegaria
tomada prestada pero hecha propia al recitarla juntos en la fe:
Te doy gracias, Dios, Padre, porque nos has creado diferentes los unos
de los otros. Nuestros rostros tienen todos los colores, y tu luz se refleja en
esta variedad. Te doy gracias porque nos has dado lenguas distintas que
expresan la gozosa diversidad de la vida y hablan de Ti de mil maneras. Mi
hermano es distinto de mí, y esto es bueno, y esto es la riqueza de todos. Y
esta diferencia me obligará a esforzarme para entenderlo, y le obligará a él a
esforzarse para entenderme a mí, y esto nos hará crecer a los dos. Te alabo,
Señor, porque nos podemos descubrir unos a otros y podemos vivir la alegría de
encontrarnos; porque podemos compartir lo que somos y ofrecernos mutuamente. Y
por encima de todo te doy gracias porque Tú eres nuestra unidad. Tú estás
presente en cada hombre y en cada mujer, en cada país y en cada ciudad, en cada
pueblo y en cada barrio, en cada lengua y en cada color de piel. Tú eres Dios,
y nos unes en Jesús, tu Hijo, hermano de cada uno de nosotros.